www.cubaencuentro.com Viernes, 04 de abril de 2003

 
  Parte 1/2
 
La familia, víctima primada de la Revolución
El autor, entre los detenidos la pasada semana por la policía política, reflexiona sobre la institución familiar en éste, su último trabajo enviado a 'Encuentro en la Red'.
por ADOLFO FERNáNDEZ SAíNZ, La Habana
 

En lugar de dedicarse a ser el presidente de todos los cubanos, cuando Fidel Castro llegó al poder se declaró comunista y aplicó a sus enemigos una política de terrorismo de Estado. Una de sus víctimas fue la institución familiar.

Familia
Familiares de balsero desaparecido.

Los primeros en sentir en carne propia la violencia revolucionaria fueron los asesinos y torturadores de la dictadura batistiana. En aquellas circunstancias excepcionales, con un apoyo popular que abarcaba los más diversos estratos sociales, el régimen triunfante habría podido celebrar un ejemplar juicio, tipo Nuremberg (cuya experiencia era reciente). Pero prefirió poner a funcionar los tribunales revolucionarios y el paredón de fusilamiento.

En Cuba habían tenido lugar revoluciones y guerras por la independencia muchísimo más cruentas que la fácil victoria lograda por Fidel Castro sobre el ejército de Batista. Pero los mambises no siguieron fusilando a los antiguos voluntarios. La sociedad cubana supo perdonar entonces.

Hacia 1960, la Revolución cambió su signo ideológico y tocó el turno a los ricos —burgueses y explotadores, según los marxistas—, aliados al "imperialismo yanqui" y culpables de la pobreza del pobre. Por tanto, merecedores de perder sus propiedades. La propiedad privada casi desapareció. La nación —y la familia— quedaron divididas en partes irreconciliables.

Las familias comenzaron a abandonar el país por oleadas. La Isla nunca había sufrido un exilio tan numeroso y prolongado. Pero la Revolución siguió radicalizándose y exigiendo incondicionalidad a sus seguidores. Si tu hermano o tu padre se iba del país, tu deber de revolucionario era cortar esa relación.

El Gobierno no propició la reconciliación, sino que siguió azuzando la división y el enfrentamiento. De la división por motivos políticos entre los fidelistas y los que ya no lo eran tanto, se pasó a la lucha armada; una verdadera guerrilla campesina combatía en las seis provincias. Lo que llevaba el camino de una guerra civil se dirimió por la superioridad numérica y el armamento soviético.

La joven Revolución, devenida atea, enseguida tropezó con la Iglesia Católica y las protestantes. Comenzaron las críticas marxistas a la "falsa moral burguesa", a la que tildaron de hipócrita. Empezaron a perder terreno, tras cada ofensiva revolucionaria, las iglesias, las logias y la misma idea de Dios.

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