www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
  Parte 1/3
 
Decadencia y caída de Morito, artista de la tijera
'Un día, a principios de los 60, se aparecieron en casa dos funcionarios del Gobierno. Nos dijeron que teníamos que cerrar la sastrería'.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

La soledad no es accesorio del paisaje, sino del corazón. Pero José Kadir, Morito, aún no lo sabía. Por aquellos años de bonanza, como él les llama, jamás tuvo tiempo ni para rascarse, mucho menos para sentirse solo. Su pequeña sastrería de la calle San Juan de Dios, en La Habana Vieja (realmente era la sala de su propio hogar), parecía un hormiguero a todas horas. Uno que venía a
Desfile de moda
Pasarela del 5º Festival del Habano. La Habana, febrero de 2003.
escoger tela, el otro a tomarse las medidas, otro más a probarse un pantalón, un traje, una chaqueta, o a que le cortaran las mangas. "No parábamos —cuenta— y prácticamente era yo solo para todo, ya que mi padre, que me había enseñado el oficio, estaba demasiado viejo, sus manos se volvían cada vez más lentas, aunque sin dejar de ser diestras, porque él era un sastre muy fino".

El padre había desembarcado en la bahía habanera, procedente de su natal Siria, en 1901. Aquí perdió su impronunciable nombre —pronto comenzarían a llamarle El Moro—, pero ganó dos cosas que no tenía: una familia y un oficio. De su matrimonio con Julia Finey, negra hasta la raíz y violinista en ratos libres, le nacieron tres hijos, entre los cuales sólo pudo ganar a uno para la causa del arte, ya que tanto para El Moro como para su seguidor, ser sastre es ser artista.

"Nosotros no solamente fabricamos ropa —puntualiza Kadir—. También diseñamos la imagen del hombre, mostramos sus rasgos peculiares, su distinción, hacemos que proyecte ante los demás su carácter, su personalidad. Y frecuentemente esas virtudes que les sacamos de adentro, acompañan de por vida a las personas. Ahora dígame usted si éramos o no artistas, y hasta un poco psicólogos". 

"Éramos", ha dicho al parecer sin darse cuenta, mas cuando se le llama a capítulo, no rectifica. Destuerce una sonrisa, con el rostro duro, y ya. 

José Kadir, Morito, no ha leído a Berkeley, jamás escuchó la palabra solipsismo, ni falta que le hace. De todas maneras, también para él "ser es ser percibido". Por eso no se cuenta ya entre los que son.

Al mediar el siglo, con años de trabajo recio, en jornadas no menores a las diez horas por día, él y su padre habían encaminado al fin el negocito, base de sustento estable para la familia y meta para sus ilusiones: "Teníamos una buena clientela —recuerda—. Nos iba bien en casa, no éramos ricos, pero eso tampoco estaba en nuestros planes, porque habíamos nacido humildes y así nos sentíamos felices".

La vida marchaba, no sólo para los Kadir, o para los cientos de sastres que entonces cosían a medida sus días en La Habana, también, y sobre todo, para la sastrería como oficio, así como para otros muchas labores de artesanos, ejercidas por gente laboriosa, honesta, que a más de cumplir un importante papel dentro de la sociedad aseguraba a sus hijos las habilidades y mañas de ocupaciones convertidas con el tiempo en auténticos patrimonios familiares.

1. Inicio
2. "Mi padre se había..."
3. A punto de cumplir ochenta...
   
 
RegresarEnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Solución o tragedia
DIMAS CASTELLANOS, La Habana
Salida y voz
JOSEP M. COLOMER, Madrid
Violación de violaciones
MICHEL SUáREZ, Valencia
Editoriales
Sociedad
Represión en Cuba
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir