www.cubaencuentro.com Lunes, 18 de agosto de 2003

 
   
 
¿Cien años de perdón?
Robarle al 'Estado ladrón' no es tan mal visto por la sociedad cubana. Subsistir o morir: la dicotomía ética del hurto en la Isla.
por MICHEL SUáREZ, Madrid
 

A menudo se tiende a decir en Europa que los cubanos padecen menos hambre y miseria que el resto de los países latinoamericanos. Tal afirmación es controvertida, y delicada de asumir a simple vista, pues casi ninguno de los que utilizan la manida frase ha pasado en Cuba más de un breve período de vacaciones veraniegas. Intentan, de modo insustancial, demostrar que el socialismo cubano es superior al capitalismo del subcontinente.

Policias
Ofensiva contra el 'delito'. Cuba, Estado policial.

Lo que ese segmento de la izquierda internacional desconoce es que la denominada "canasta básica familiar" alcanza sólo para poco menos de una decena del mes, y que el resto de la gestión alimentaria de la mayoría del pueblo cubano corre de la mano de la ilegalidad. ¿Acaso puede decirse, positivamente, que un país ha superado la terrible enfermedad del hambre sobre la base de acciones cotidianas fuera de la ley y la ética?

Lo más terrible del caso radica en que esos robos tan habituales en la Isla —que aunque parezca demasiado duro decirlo, permiten al ciudadano de a pie sobrevivir al desabastecimiento—, parecen entronizarse cada vez más en la cultura de vida del cubano, como una necesidad que supera a cualquier otra norma o herencia de tipo moral. Para la Cuba de hoy, robar tiene dos dimensiones con consecuencias éticas diferentes: sustraer a una persona común o al Estado. La primera de ellas mantiene invariable su calificativo de "deleznable", aunque no deja de crecer vertiginosamente. La segunda, navega peligrosamente en un mar de tolerancia de conciencia: a tenor con las perentorias situaciones de la Isla, robarle al ladrón Estado parece haberse convertido en un delito de bajo perfil para la conciencia ciudadana.

De hecho, ¿quién puede blasonar de no abrirle su puerta —a mediodía— a un vendedor ambulante que propone carne de res o leche en polvo? ¿No saben los cubanos de cuáles almacenes centrales provienen los alimentos que les han mantenido vivos en toda la historia reciente?

Para algunos, las críticas en este campo pasan por el prisma de la simple necesidad. "En definitiva, el Estado nos roba más, desde el salario hasta la libertad", admiten otros. Está claro que la subsistencia es obviamente un tema sensible; pero, cuidado, no se confunda el "atraco bondadoso" de estilo Hood con el "especulativo", de algunos que no roban para vivir, sino que viven para robar. A nivel social se ha estado gestando una peligrosa connivencia con la estafa, el fraude y el desfalco. Las nuevas generaciones observan el entorno y lo van asumiendo como un "hecho normal" de la sociedad. La vista gorda en casos como estos —sin la debida reflexión en el nivel familiar— podría terminar con la endeble cortina que separa a un tipo de robo de otro. Gran parte de lo que se consume en Cuba, fuera de la irrisoria libreta de racionamiento, el mercado en dólares y el agropecuario, procede de operaciones ilegales y el "desvío de recursos estatales". Lógicamente, la filosofía socialcomunista de que "todo es de todos" ha derivado en la pragmática idea de que "lo que es de todos, no es de nadie". El fracaso de la versión socialista caribeña es obvio en este sentido.

El gobierno de la Isla, incluso, ha militarizado algunas empresas alimentarias para intentar frenar los saqueos. Frecuentemente se escuchan rumores callejeros de "cacos" ametrallados por intentar desvalijar fincas o almacenes bajo protección armada. En el año 1997, el Ministerio de la Agricultura calculaba en 290 millones de pesos las pérdidas por robos, sin dudas un cómputo conservador en extremo. En los grandes centros de producción se han detectado las maniobras más aparatosas para extraer productos con destino al mercado negro. Desde una tubería directa entre una fábrica de ron y una casa colindante, hasta los asaltos en plena calle a los camiones de alimentos por los denominados "ninjas".

El día a día de la Isla produce más acontecimientos de los que puedan narrarse en muchas líneas periodísticas. La moda más reciente afecta a los cementerios —sobre todo a los chinos y judíos—, envueltos en acciones de robos de huesos, supuestamente para actividades religiosas afrocubanas. Se dice que una calavera completa podría costar hasta 100 dólares. También las iglesias católicas comienzan a recibir fuertes golpes en su patrimonio. Varias parroquias habaneras han denunciado la desaparición de objetos valiosos y reliquias. El acontecimiento más reciente, de acuerdo con la prensa independiente: el robo de huesos pertenecientes a Santa Bárbara y San Francisco de Asís expuestos en la Iglesia de Jesús del Monte.

Un país donde "resolver" es el Padre Nuestro de cada día, casi nada puede hacer para detener la escalada de sustracciones. Sólo un contexto de libertades públicas, gestión empresarial mayoritariamente privada y el retorno a una situación de normalidad alimentaria podría mitigar el asunto. Ojalá y entonces no sea demasiado tarde para la ya minada moral del pueblo cubano, que comienza a no distinguir entre robar alcohol en un central azucarero o apropiarse del cáliz de una iglesia.

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