www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 2/2
 
Ciencia sin conciencia
La politización y manipulación de las investigaciones sociológicas en Cuba es una de las causas del fracaso revolucionario.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

Desde luego que si el libro de Carmen Barcia apoya estas casi macabras definiciones, esta mentira flagrante, tiene mérito suficiente para obtener un premio Casa de las Américas. Por supuesto que, sentimentalmente, una familia no puede romperse, pero de eso podrían hablar con mucho más conocimiento que la ciencia nacional, y seguramente con el corazón destrozado, los centenares de miles de isleños que deambulan solos por el mundo.

Carmen Barcia plantea en otra parte que las razones de la actual situación (mayor pobreza y desamparo) de la familia de raza negra en Cuba tiene sus raíces en la esclavitud. Esto ya viene siendo una tendencia entre cierta sociología y antropología cubana —Carmen Barcia la relaciona ahora con la historia—, cuyo principal interés reside en ocultar la reproducción de la discriminación racial y los prejuicios que el sistema propicia. Tan anchas se perciben las lagunas y contradicciones de esta afirmación, que la propia autora acepta que existen polémicas internas al respecto.

La esclavitud en la Isla se acabó hace cerca de 120 años y Marvin Harris, un antropólogo cuya obra se estudia en todas las universidades serias del mundo, y quien no tuvo que cuidarse de ninguna amenaza o exigencia del poder, escribió que basta una generación para que individuos y poblaciones sean capaces de cambiar sus repertorios culturales mediante la endocultura y la difusión.

Desde luego que Fidel Castro es quien primero dicta pautas a autores como la citada cuando, sobre todo frente a extranjeros, aborda los problemas de la discriminación en Cuba. En el evento Pedagogía 99 —eminentemente internacional— Castro aseguraba, con el aplomo de siempre, que "aun existen en Cuba rasgos de discriminación heredados de la etapa esclavista, los cuales pueden percibirse en el ingreso de jóvenes a cursar estudios universitarios". Este, por cierto, no es más que un escenario de los muchos en que sufren postergación los negros en su patria.

No hace falta forzar la memoria para recordar los casi treinta años en que se mantuvo una campaña, de toda hora y por todo altavoz, para acuñar que la discriminación había sido barrida del escenario nacional. Desde luego que no era necesario tomar medidas contra lo que no existe. El prejuicio, en fin, era una lacra privativa del capitalismo.

Mucho más que presumibles herencias, la verdadera madre de la circunstancia actual hay que buscarla en la red que se tejió en torno a aquella campaña, urdida y aplaudida por la misma burocracia-castrense-partidista-blanca que desde hace casi medio siglo detenta en Cuba la hegemonía. En la actualidad tampoco se permite el debate amplio, franco, público, con estadísticas y sin tapujos de este asunto decisivo. Como consecuencia, más de un experto —extranjero, o fuera de la Isla— analiza hoy la conflictividad de las relaciones raciales y los reales peligros que implica. En este tema, como Carlos Moore escribió en Castro, the Blacks and Africa, "el comandante" es también un manipulador.

Una ciencia maniatada, embozada, hecha por el régimen y para el régimen —y por consiguiente mendaz como él— no sólo no colabora ni colaborará jamás en el progreso, ni de los negros ni del país. El principal objetivo de Castro reside en tratar de engañar con teorizaciones, que a cualquier mediano entendedor le recuerdan la peor biología racista del siglo XIX.

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