www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 2/2
 
Nietzsche, el actor y Elizardo
La difamación castrista como recurso para generar adversarios e impedir el cambio.
por MIGUEL CABRERA PEñA, Santiago de Chile
 

El libro contra Sánchez Santacruz expone el discurso imperante en la Isla por más de cuatro decenios. A la altura en que estamos, un texto como el mencionado sólo es capaz de generar adversarios, y no sólo por sus oscuridades y trasiegos evidentes con la verdad, sino por la reacción que logró, contraria a sus propósitos. Un sólo punto sobre algo en que no vale la pena detenerse. ¿Por qué si la Seguridad del Estado sospechó desde el primer momento de la colaboración que Elizardo le ofrecía, no grabó su voz, una vía para dejar en claro la índole de su actuación, y en especial la fecha última en que llevó a cabo esa colaboración? ¿Por qué no lo filmó como había sucedido antes con Bofill?

Una de las potencias del lenguaje humano es fecundar, espolear a los hombres a libertarse y labrarse un mejor destino. Pero como Castro —desde que monopolizó el poder— no busca tal objetivo, sino golpear, enlodar y dividir, de inmediato el libro de marras creó su realidad, parió su fiasco.

Redactado por un par de amanuenses, ni la oposición ni la inmensa mayoría de quienes lo leyeron y pueden expresar sinceramente su criterio, dentro y fuera de Cuba, apoyaron lo que allí se dice. Lo tomaron como lo que es: un nuevo intento por impedir el cambio, por mantener el estado de cosas: a esto se reduce la política en la Isla. Todo parece indicar que el veneno tantas veces destilado se ha transformado ya en un antídoto contra la credibilidad y la confianza. Lo más interesante estriba en que esa ausencia de crédito, que algún trasnochado podría entender como coyuntural, se tornó permanente. Ya en nuestros días, aun cuando diga la verdad, no se le creerá, simplemente porque perdió la garantía.

Castro, como el personaje de Fisher, se halla atrapado en su propia armadura.

Llama la atención lo que desde La Habana señaló recientemente la corresponsal de Reuters, casi como un reproche: "Elizardo ha pasado más tiempo desmintiendo estas afirmaciones —las del libro— que preocupándose por la situación de los presos". Por aquí se divisa el futuro de la propaganda, de las asechanzas escritas del gobierno contra la oposición: no se le hará caso, no es importante, es una escalada que no debe desviar del desvelo constante por la denuncia y la democracia. La causa ya se dijo: perdió el crédito.

El concentrar sus armas contra el "actor", que Nietzsche llamara "una ficción", y no en buscarle una solución al "hecho", ha sido la columna vertebral de la biografía de Fidel Castro y, por supuesto, de la revolución; ha sido quizá su raíz, su historia escondida. El proceso que culminó en 1959 no tuvo como fin principal cambiar el "hecho", sino al "actor", a Batista. Todo giró alrededor de ello. Por ese instinto de hacerlo desaparecer totalmente, no dejar en pie ni la memoria de su época, desapareció también lo positivo, que era mucho, del pasado. Es el mismo camino de hoy, lo mismo que sufre la oposición, un camino que, lamentablemente, no lleva a ninguna parte.

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