www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 2/2
 
Hijos de Robinson Crusoe
Salir y entrar, esa es la cuestión. La insularidad como barrera de fuego de la política migratoria castrista.
por YAMILA RODRíGUEZ EDUARTE, Caracas
 

Es cierto que el derrumbe material del socialismo en Cuba fue otro acicate para marcharse. Pero la falta de libertades y las ansias de escapar de un régimen que lo expropió todo —hasta los sueños— han sido determinantes. Mientras que el gobierno siga seleccionando a los cubanos que salen o entran al país, no podrá decirse que la emigración isleña es igual a la mexicana o a la salvadoreña.

Sobre el carácter selectivo de los permisos reflexionó el periodista independiente Manuel Vázquez Portal, actualmente en prisión: "Viajar al extranjero, ya sea temporal, o definitivamente, en Cuba no es una decisión personal. Hay que pedir permiso. El permiso lo otorga el gobierno por medio de su Ministerio del Interior. Al permiso de salida le llaman 'tarjeta blanca'. Pero la 'tarjeta blanca' cambia de color según el solicitante. Los hay quienes la adquieren de una albura impoluta. Para otros se torna de una negrura sin fondo".

"Aquellos que han tenido una actitud contraria al régimen pagan el precio de que su 'tarjeta blanca' se les convierta en su 'tarjeta negra'. No hay ordalía medieval que pueda compararse con las tribulaciones a que son sometidos quienes, por razones políticas, solicitan, esperan y, al fin, reciben su permiso".

El señor feudal no perdona a los vasallos que intentan abandonarlo. Sobre todo, a los que están en su lista de favoritos, como los profesionales de la salud. A partir del momento en que solicitan la salida definitiva del país se convierten en apestados. Son obligados a cumplir cinco años de castigo profesional en el sitio donde sean reubicados, sin importar su nivel de especialización. Según Castro, la negativa a dejar salir a los profesionales a quienes el gobierno norteamericano ha otorgado visas, se debe a que tales visas forman parte de un plan de "robo de cerebros". El anciano comandante ha reconocido que en Cuba hay "restricciones lógicas" a la emigración, porque "no nos da la gana que nos roben".

Esa tesis se queda sin fundamento a la luz de otras circunstancias. En estos momentos hay más de 1.000 médicos cubanos —enviados por el gobierno— trabajando en Venezuela como parte del programa "Barrio Adentro". En este caso, a Castro no le molesta que Chávez le robe los cerebros de los médicos, siempre que el suministro de petróleo venezolano se mantenga constante.

Sin embargo, los profesionales de la salud que por su cuenta han emigrado a Venezuela, han tenido que cumplir los cinco años de castigo laboral. No se ha hecho distinción en los casos de mujeres con niños pequeños que deseaban reunirse con sus esposos. Igual fueron tratadas como parias. De lo cual se concluye que Castro considera una afrenta personal que sus vasallos se marchen, dejándolo cada vez más solo.

Quien piense que los cubanos cuando se van cortan el cordón umbilical con el régimen castrista, se equivoca. Los cubanos, aunque vivan en el extranjero, continúan siendo rehenes de Fidel Castro. Muchos no se atreven a criticar públicamente a la dictadura, por temor a que les denieguen el permiso de entrada a la Isla. Saben que si se portan mal, automáticamente se convierten en desterrados.

El anuncio del MINREX sobre la próxima eliminación del visado de entrada —exigido a los cubanos en el exterior para viajar a la Isla— no ha causado mucha expectación, puesto que mantiene el carácter selectivo habitual. Serán "excluidos aquellos casos de excepcional, repugnante o dañina actividad contra los intereses del país". O contra los intereses de Fidel Castro, que es lo mismo que el país.

Como el cinismo es uno de los recursos favoritos de los regímenes totalitarios, a nadie debiera extrañar que al mismo tiempo que se tome a los cubanos como rehenes políticos, se defienda con vehemencia el derecho de viajar a Cuba que tienen los norteamericanos. Hace poco la cancillería isleña criticó "el exponencial incremento de las personas que han sido multadas y sancionadas por el insólito delito de ejercer su derecho a viajar libremente" a la Isla.

Fidel Castro sonríe, sólo de pensar en la inyección de dólares que recibiría si el Congreso de Estados Unidos pone fin a la prohibición de los viajes a la Isla. Algunos expertos creen que más de 2 millones de norteamericanos podrían visitar Cuba todos los años, si se eliminan las restricciones.

La llegada o no de los turistas americanos forma parte de la alta política. A los cubanos de a pie les preocupan más las vicisitudes que pasan cuando quieren cambiar el carné de identidad por un pasaporte y un permiso de salida. O cuando están afuera y necesitan un permiso para entrar a su país. Y esos problemas parece que durarán mucho tiempo. Quizás tanto como dure Castro.

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