www.cubaencuentro.com Martes, 27 de enero de 2004

 
   
 
Aguas viejas, triste lodo
Los Reyes Magos o los animados soviéticos: ¿Qué perdurará más en la memoria histórica de Cuba?
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana
 

Nadie debe extrañarse de los esfuerzos que durante las últimas décadas hizo el gobierno cubano por borrar las tradiciones y costumbres cristianas del pueblo cubano. Para ello utilizó desde la abierta represión hasta pretextos absurdos como transferir (en realidad, eliminar) las celebraciones de Navidad, a causa de la separación de las familias cubanas, por la necesidad de extender la zafra azucarera y que ésta fuera más eficiente y productiva. Todos sabemos que esa industria de siempre terminó por derrumbarse y durante muchos años nos privamos de la fiesta navideña.

Pioneros
Niños cubanos: Con Patria, pero sin ilusión.

No menos llamativa fue la insistencia de nuestros líderes en imponer la cultura y tradiciones soviéticas: las películas, el idioma, los uniformes escolares, las insignias militares, los dibujos animados, aquel recurrente circo y tantas otras cosas que harían interminable la lista, invadieron por muchos años nuestra agitada cotidianidad.

Este fenómeno es perfectamente explicable: está muy claro que un pueblo sin cultura propia ni memoria histórica es fácil de dominar. Esto explica que del paso de la impronta soviética por el bullicioso Caribe sólo queden unos cuantos nombres ajenos y aquel anacrónico monumento perdido en un apacible parque de las afueras de La Habana; es el hecho de que las ideas y la cultura no se matan.

En el caso específico de una tradición de tanta trascendencia sentimental como la de los Reyes Magos, fue oficialmente suprimida bajo el argumento de hacer más justo y equitativo el alcance a algo que tiene capital importancia en una edad tan especial. El sonado fracaso de este ya largo experimento social ha operado en detrimento de la "buena intención" de las autoridades. Hoy, los juguetes —como casi todo— se venden en dólares y a un precio tan alto que los padres que pueden se ven obligados a hacer juegos malabares y actos de magia para seguir comprando, con la esquiva "moneda del enemigo", la felicidad de sus hijos.

Reconforta comprobar que después de tantos avatares nuestra cultura prevaleció; causa regocijo ver la efervescencia que crea en nuestro país —a pesar de las dificultades y carencias— la fiesta de los Reyes Magos, una tradición que no pudo ser borrada por el odio y la insensibilidad.

En los últimos años, hasta un jerarca de la cultura cuyas prerrogativas alcanzan dimensiones casi feudales, el señor Eusebio Leal, historiador de la Ciudad de La Habana y siempre adherido a las ubres del poder, se ha dedicado por esa fecha a distribuir juguetes en las escuelas del municipio con la justificación de conmemorar el aniversario de la victoriosa entrada de Fidel Castro a la capital (8 de enero de 1959). Pretexto desconcertante puesto que cuando el comandante llegó a La Habana comenzaron a desaparecer los juguetes.

Sin embargo, las viejas aguas dejan triste lodo. El lunes 5 de enero mi pequeña hija regresó de la escuela visiblemente contrariada, puesto que su maestra había manifestado en el aula que los Reyes Magos no existían. Ante tal desvarío que agrede la ilusión de los niños y la libertad de conciencia de todos, no pude menos que responder con una nota que expresaba:

"Querida maestra, los seres humanos somos niños una sola vez en la vida y en esa etapa breve y trascendental de la existencia, junto al amor familiar, lo más importante son los sueños y las ilusiones.

Hablando de los Reyes Magos. ¿Qué derecho tiene o qué gana usted con matar los sueños y las ilusiones de niños que no tienen mucho más?

Atentamente, a su disposición

Papa de Eleanor".

No he recibido respuesta alguna.

La historia nos enseña que los que desde el "trono" pretenden matar la cultura y tradiciones de los pueblos —por mucho poder que acumulen o tanto miedo que impongan— pasan y se olvidan y que los "buenos Reyes" quedan y trascienden.

Tal parece que los cubanos no permitiremos que nada mate esa tradición que alimenta los sueños y las ilusiones, que nos hace más felices como niños y mejores como hombres.

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