www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
  Parte 1/2
 
Acoso múltiple
Violencia contra las cubanas: Las víctimas de asedio sexual, laboral o político pasan inadvertidas sin que el gobierno de la Isla tome cartas en el asunto.
por ILEANA FUENTES, Miami
 

El acoso sexual es tan normal en Cuba que ni las propias cubanas se dan cuenta de que sus jefes las están atropellando con sus exigencias de chulo de barrio: "…¡Que si el secretario del núcleo del Partido no me deja en paz, voy a tener que acostarme con él o perderé este cabrón trabajo!".

La Habana
¿Somos felices aquí?

No hay mucha conciencia en la Isla sobre lo que constituye el acoso sexual, claramente identificado en gran parte del mundo civilizado desde el momento en que uno de los sexos —usualmente el masculino— ejerce supremacía y poder sobre el otro sexo —usualmente el femenino— y se desatan acciones y hostigamientos de índole sexual contra la mujer subalterna. Incluso, entre iguales, haciendo depender la seguridad del trabajo, un ascenso, y hasta algún triste privilegio, del consentimiento mismo de la subordinada —una secretaria, una alumna, la doméstica, la empleada— a entablar una relación sexual con el prepotente superior.

Cierto que hay mujeres que asumen el papel de capote rojo en busca del toro que embista, a sabiendas de que en su entorno hay un semental con influencia que saliva imaginando una historia. Aunque parezca extraño, ellas son prueba fehaciente del tradicional estatus inferior, de la desigualdad, del "sin-poder" de las mujeres. Sus esquemas vienen de tradiciones milenarias, de siglos de no tener otra manera de escalar, de obtener prebendas o derechos, de ser reconocidas, que las artimañas del juego entre los sexos.

El acoso, establecido como norma de conducta masculina y condición sine qua non que determinará —según la actitud de la acosada—, si ella retiene su empleo, si hay ascenso o traslado a Remanganagua, si la nota es sobresaliente o suspenso, si se consigue el refrigerador anhelado o una doble jornada de guardia, sucede a diario en los centros de trabajo en toda Cuba, y también con frecuencia en escuelas al campo, preuniversitarios, trabajos voluntarios…

En cualquier circunstancia que suceda, constituye un acto de violencia sexual contra la persona acosada, aunque el sistema no lo reconozca como tal, ni tome medidas para controlarlo o impedirlo.

Era el acoso sexual en masa a lo que en los años setenta se le llamó "titimanía": las hordas depredadoras de dirigentes revolucionarios, impecablemente uniformados y en sus carros oficiales, prestos para la caza; hombres que lucían canas, llegados a los cuarenta y cincuenta años, rondando las escuelas de secundaria básica y preuniversitarios en busca de "carne fresca".

El 95% de las víctimas de acoso sexual son mujeres; los hombres tienen un por ciento similar, pero en hostigamiento. La mujer, vista y presentada en los medios y en la cultura como un ente sexual, como suma de sus partes anatómicas, es para la mayoría de los hombres, en posiciones de autoridad, algo así como territorio conquistable, ocupable, poseíble y acechable, al que no hay que pedir permiso para plantarle bandera. Porque en Cuba, aquello de "¿cuál parte de la palabra NO no entiendes, mi socio?", todavía no se conoce.

Cientos de miles de cubanas saben exactamente de lo que estoy hablando: las que tuvieron que ceder ante la presión montada por jefes, ministros, coroneles, secretarios de la CTC, funcionarios, profesores e instructores escolares. También las que se negaron y terminaron trasladadas a otros centros de trabajo en peores condiciones laborales, o expulsadas de los centros universitarios por razones políticas inventadas, o cesanteadas con pésimos expedientes laborales fabricados como castigo.

Si bien el Artículo 301 del Código Penal (Ley 62) aborda el acoso sexual, éste casi constituye un no-delito. Activistas de derechos humanos y ex abogados del sector laboral consultados confirman la infinidad de casos, sobre todo laborales, en los que el meollo de las acusaciones en contra de la trabajadora estriba en las represalias de un jefe, frustrado en su campaña de conquista, invisibilizado tras la cortina de conflictos laborales. El ejemplo de este deporte machista viene de arriba. Impunidad en la cúpula, impunidad en la base.

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