Despojada del tono irónico con que sabe dotar a sus trabajos el colega José H. Fernández, la realidad parece dictar a los cubanos una condena todavía más tenaz: la supresión de los paradigmas.
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Si al bloqueo informativo que el gobierno ha impuesto dentro de la Isla sumamos la burda manipulación de hechos, figuras y conceptos que sus estrategias propagandísticas suelen prodigarnos, el resultado podría ser tan patético como casi medio siglo de represión y censura férreas sobre los medios y sus destinatarios.
En verdad —y ello se materializa con particular énfasis en los últimos tiempos—, si algo nunca nos ha faltado a los cubanos son los detractores de la democracia. Hace sólo unos meses, el Nobel portugués José Saramago daba lecciones de escepticismo en una publicitada entrevista concedida a una periodista cubana, difundida a toda página en Juventud Rebelde.
"¿Democracia para qué, para terminar asolados por el hambre y la corrupción como tantos países vecinos?", decía casi textual el autor de Ensayo sobre la ceguera. Y si miramos alrededor, no faltarán tampoco ejemplos que hagan infelices a quienes aspiran a un futuro en libertad dentro de la Isla.
Por doquiera están. En Colombia, las maniobras contra el terrorismo, impulsadas por el presidente Álvaro Uribe, restringen las conquistas valiosas del todavía precario presente democrático en esa convulsa nación.
En Estados Unidos, la prensa libre ha contribuido a orquestar más de un sonado escándalo en el que se involucra a un presidente por liarse con una becaria, arriesgando la credibilidad y la estabilidad política en la gran nación norteña, aunque luego sus adversarios de medio mundo usen esas mismas páginas para mentir, descaradamente, a favor de los cinco espías cubanos presos en cárceles de ese país.
Bien cerca de los paradigmas sociopolíticos están los éticos. José Martí, por ejemplo, es un icono secuestrado por la mentalidad castrista. Los intelectuales radicados dentro del país, tómese el lamentable caso de Cintio Vitier, martiano ínclito, sobreviven casi como rehenes de un estado de cosas que hoy los usa sin ninguna sutileza, y hace tan sólo unos años los marginó hasta la inclemencia. |