www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de septiembre de 2004

 
   
 
Letra muerta
'La Historia me absolverá' hoy: ¿Qué fue de la normalidad democrática y las libertades públicas prometidas?
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana
 

Cincuenta y un años después de que decenas de jóvenes revolucionarios se lanzaran al asalto del Cuartel Moncada —la segunda fortaleza militar del país—, convencidos de que ese era el camino más corto y justo para restaurar la correlación democrática que apenas un año antes había interrumpido Fulgencio Batista con su golpe de Estado, los gobernantes cubanos, principales protagonistas de aquel hecho, conmemoran el acontecimiento asegurando que los objetivos de "su lucha" se han cumplido con creces.

Asamblea
Parlamento unipartidista: ¿Era lo que prometía el Programa del Moncada?

La acción que aquel 26 de julio de 1953 estremeció la noche de carnaval de la ciudad de Santiago de Cuba y sembró el luto en muchas familias cubanas, fue la primera expresión violenta de una alternativa política que adquirió dimensión orgánica en la fundación del Movimiento 26 de julio, y dimensión programática en el alegato de autodefensa de Fidel Castro, a la sazón líder del grupo.

En el juicio por los hechos del Moncada, el entonces joven abogado denunció los retrocesos que en materia de democracia e institucionalidad sufría la sociedad cubana a causa del régimen de Batista, caracterizó los males sociales y las desigualdades que, según su vehemente criterio, era necesario barrer mediante profundas transformaciones estructurales que garantizaran el pleno equilibrio y el disfrute de las libertades públicas.

"Había una vez una república. Tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades, todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad… Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos y en el pueblo palpitaba el entusiasmo…".

Esas eran las bondades y ventajas de que disfrutaba la sociedad cubana antes del infausto cuartelazo del 10 de marzo de 1952, las que de acuerdo con el criterio del carismático acusado, habría que restaurar una vez derrocado el gobierno dictatorial. De su valoración crítica se desprendía un compromiso indeclinable con esos valores cívicos y democráticos.

Para argumentar la justeza de su acción, el líder acusado enumeró los grandes problemas socioeconómicos que, según su visión, agobiaban al pueblo e impulsaban a los jóvenes revolucionarios a buscar la transformación violenta de la sociedad cubana. Los problemas de la tierra, la industrialización, la vivienda, el desempleo, la educación y de la salud hacían necesaria una revolución que adoptaría profundas medidas, encaminadas a mejorar la situación del país y, en especial, de las sufridas masas que brindarían el mayor respaldo al futuro gobierno revolucionario.

Para finalizar su alegato, expresó: "En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie (…) pero no la temo (…) Condenadme, no importa, la historia me absolverá".

¿Un documento subversivo?

Los asaltantes fueron sentenciados a condenas de hasta 15 años, que por cierto hoy parecen irrisorias, pero en realidad la cárcel no fue tan larga ni tan dura. Aislados de los presos comunes, en la sala del hospital del entonces presidio modelo de Isla de Pinos, pudieron dedicar sus veinte meses de encierro a prepararse intelectual e ideológicamente. Las cartas del máximo líder, desde la prisión, testimonian sobre las frecuentes visitas, los exquisitos manjares, máxima higiene garantizada, las más diversas lecturas, al punto de comparar su encierro con una playa y preguntarse qué diría Carlos Marx de semejantes revolucionarios.

La "prisión muelle" sirvió para reconstruir aquel alegato-denuncia, que bajo el nombre de La Historia me absolverá, contenía lo que se dio en llamar "El Programa del Moncada", según el cual una revolución sería el medio para restaurar la democracia, mejorarla y conjurar los males sociales que estremecían a la sociedad cubana.

Finalmente, la revolución triunfó en la alborada de 1959, pero sólo para encumbrar a los líderes revolucionarios, que rápidamente demostraron una vocación de poder total, eterno e intolerante, y que dejaron en el olvido los reclamos democráticos que supuestamente les habían impulsado a la lucha. La supresión de las libertades individuales, políticas y económicas, la liquidación de la sociedad civil y el control total de la opinión pública han marcado el destino nacional por varias décadas, relegando a la categoría de letra muerta lo expresado en La Historia me absolverá, documento que se menciona, pero que por razones obvias ya no se estudia ni difunde.

Los sempiternos líderes siguen conmemorando la efeméride y asegurando que el Programa del Moncada fue cumplido. Pero, a todas luces, la Cuba de hoy nada tiene que ver con el ideal de sociedad que concitó las esperanzas de un pueblo que, después de muchos dolores y sacrificios, sigue esperando la libertad y el bienestar que tanto le han prometido.

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