www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de septiembre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Cosas de latinos
Castro, Oliver Stone y el antinorteamericanismo.
por LUIS CINO, La Habana
 

Cuando los teóricos de la izquierda eterna aún no hablaban del peligro de una americanización mundial como consecuencia de la globalización capitalista, sus efectos ya se hacían sentir en la Cuba revolucionaria de Fidel Castro, celosa de la pureza ideológica y que juraba en su Constitución amistad inmortal a la Unión Soviética.

F. Castro
Rodaje de 'Looking for Fidel': ¿Apto para latinos?

Probablemente, hoy Cuba es el país menos antinorteamericano del hemisferio occidental.

Aquí, entre consignas, marchas y vallas que proclaman a los cuatro vientos algún nuevo agravio del imperialismo yanqui, las gentes aman el cine de Hollywood, los juegos de las Grandes Ligas y la NBA, escuchan música pop americana, desafían prohibiciones para atrapar las señales satelitales de las cadenas televisivas estadounidenses y salpican su hablar cotidiano con anglicismos pésimamente pronunciados.

Para millares de cubanos, aun a riesgo de morir ahogados o devorados por los tiburones, "irse pa' la yuma" es la única, desesperada e idealizada solución a sus difíciles condiciones de vida.

Sin embargo, desde hace 45 años, el encendido discurso de la Cuba oficial ha hecho del enfrentamiento con la megapotencia del Norte su coartada-panacea-talismán para todas las dificultades y reveses, hasta el extremo de hacer creer que su resistencia a él es condición sine qua non para la supervivencia de la nación cubana.

La Cuba oficial es hoy la cresta de la ola antinorteamericana en Latinoamérica. Uno de los factores que ha generado esta animadversión en el continente, y no de los menos importantes, ha sido la errónea percepción norteamericana de la región, sus problemas y sus pobladores.

Durante más de un siglo, para EE UU, golpes de Estado, revoluciones, dictaduras, guerras civiles, elecciones fraudulentas, caudillos populistas, saqueos del dinero público, diferencias sociales insalvables, obstáculos a una verdadera democracia, han sido cosas de latinos. Sólo eso.

Con locaciones en paisajes tropicales o en las planicies andinas, los protagonistas de la trama siguen siendo bellas señoritas, morenos y bigotudos hidalgos o villanos, adustos generales, mariachis, barbudos revolucionarios y mulatas rumberas. Todo aderezado con un soundtrack de cumbias, corridos, sambas, boleros, mambo y salsa.

El gran problema de esta visión es que la realidad latinoamericana es pródiga en matices, y no resulta tarea fácil entender a los vecinos que moramos en el sur, en el ruinoso patio de la opulenta Norteamérica.

Movimientos sociales antiglobalización, seguidores de los cantinfleos de Hugo Chávez, piqueteros y Sin Tierras, el indigenismo integrista, las narcoguerrillas de Tiro Fijo Marulanda, el ciber subcomandante Marcos desde su letargo chiapaneco, teólogos de la liberación, ecologistas con subvención europea, intelectuales onanistas en viaje a ningún lugar, guerrilleros guevaristas acogidos a la vía electoral, autócratas con poca devoción democrática, aprendices de cualquier alquimia… Todos culpan a EE UU de los males de la región.

De la doctrina Monroe al ALCA, pasando por intervenciones militares, el New Deal y la Alianza para el Progreso, las políticas de Washington para Latinoamérica han sido un fiasco. Dólares, marines y embajadores han faltado en su intento de dar en el clavo.

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