www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de septiembre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Del carnaval a la liturgia
El 26 de julio y 'La Historia me absolverá': ¿Navidad, misa y homilía?
por JOSé ANíBAL CAMPOS, Madrid
 

La madrugada del 26 de julio de 1953 era domingo de carnaval en Santiago de Cuba. Las célebres fiestas santiagueras retornaban, como cada año, con sus interminables maratones de ron y rumba, sus habituales orgías de baile, sexo y kitsch tropical, sus máscaras y disfraces. Ese día, poco más de un centenar de jóvenes, casi todos oriundos del occidente del país, llegaba a la capital oriental confundiéndose con el bullicio y la muchedumbre de la fiesta. También ellos usaban disfraces esa madrugada de julio, pero a diferencia de los demás santiagueros, no se aprestaban para asistir a un baile.

F. Castro
Acto por el 26 de julio: ¿una visita papal?

Poco antes del amanecer, vistiendo el uniforme reglamentario del Ejército y armados con precarias escopetas de caza, se dirigieron en caravana de autos a lo que sería, para muchos de ellos, el sitial del sacrificio. El objetivo era atacar y tomar por sorpresa el Cuartel Moncada (la segunda plaza militar en importancia del país), apoderarse de las armas allí guardadas y hacer un llamado a la rebelión nacional contra la dictadura del general Fulgencio Batista, que un año antes había usurpado el poder con un golpe de Estado interrumpiendo el orden constitucional de la nación.

Aquella fue una noche larga. Apenas acallados los tambores, el fragor de los disparos provenientes del enclave militar sacó de sus camas a los recién acostados vecinos de Santiago. Y tras los combates, comenzó la feroz orgía de sangre de los esbirros del tirano, que ordenó asesinar a diez revolucionarios por cada soldado muerto en el asalto.

Por el teórico ruso Bajtín sabemos la relación estrecha que existe entre carnaval y subversión. El carnaval es ese fugaz lapso de tiempo en que los órdenes se subvierten, en que el rico se mezcla con el pobre y las formas populares se elevan a la categoría de patrimonio de todos. Hay en el carnaval un elemento de regeneración, de purga que le es propio. También las revoluciones tienen mucho de carnavalescas. La acción del Moncada fue un fracaso desde el punto de vista militar, pero la teoría del "motor pequeño que echaría a andar el motor grande", tan publicitada después, se cumplió, convirtiendo aquel fiasco militar en el mito fundacional de la revolución cubana de 1959.

Sólo que una cosa es la revolución y otra, muy distinta, son los revolucionarios llegados al poder con voluntad de eternizarse en él. Si la política es el arte de decir lo contrario de lo que se hace, no cabe duda de que Fidel Castro era ya entonces un político muy hábil.

El mito y el guardián

Su alegato de defensa por los sucesos del Moncada, considerado luego el programa histórico de la revolución, le dio una popularidad inmensa al joven abogado, invistiéndole de la autoridad que le permitiría acaparar el liderazgo, incluso hasta hoy, cuando ha perdido todo su espíritu inicial: la promesa fundamental de aquel alegato (la restitución de las libertades civiles conculcadas en 1952) sigue incumplida al cabo de medio siglo de los sucesos que le dieron origen. O mejor dicho: apenas llegado al poder, Castro dio inicio a un proceso de supresión de libertades que ha ido consolidándose hasta nuestros días. Ya lo sabía Emil Cioran: "Las revoluciones comienzan en un conflicto con la policía y terminan por apoyarse en ella".

Del Moncada nos queda el mito. La historia verdadera y objetiva de aquellos hechos está aún por escribirse. La acción subversiva iniciada en días de carnaval se convirtió en ceremonia oficial. En su ensayo Die politischen Religionen, Erich Voegelin analizaba los totalitarismos del siglo XX como grandes movimientos de masas, en los que una ideología asumía funciones de doctrina sustituta de la religión.

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