www.cubaencuentro.com Domingo, 22 de mayo de 2005

 
  Parte 1/2
 
Desde El Monte hasta La Selva
El intelectual negro cubano Walterio Carbonell, condenado al ostracismo y el olvido, ha muerto en la Isla.
por EMILIO ICHIKAWA MORíN, Homestead
 

Nos acabamos de enterar de la muerte de Walterio Carbonell. No directamente, sino a través de un artículo que publicó su amigo Juan Goytisolo en El País (Las bellezas del físico mundo, los horrores del mundo moral) y que a su vez ha enviado gentilmente el doctor Eduardo Zayas-Bazán.

Nota aclaratoria
A nuestros lectores: Sobre la información errónea de la muerte de Walterio Carbonell

La muerte ha sido noticia en esta temporada; no sé, por tanto, en virtud de qué cultura de la vida se habla. "8": muerto grande en la charada chinocubana. Muertos grandes: Juan Pablo II, Terri Schiavo, el Príncipe Rainiero, Antonio Benítez Rojo, Guillermo Cabrera Infante y otros más. Un peligro para la elegancia de los sobrevivientes: el mundo, con nosotros, parece decidido a perder un poco de estatura. Pero haremos lo posible. Seguro.

Juan Goytisolo ha dicho con orgullo que era amigo de Walterio Carbonell. Y eso era cierto. Al menos es lo que me contaba en las charlas que teníamos en la Biblioteca Nacional de Cuba. Sorprendentes diálogos en su "cubículo", ocupado primero por demasiado papel y después por nuevas intenciones administrativas.

Walterio contaba que al Che Guevara le había gustado su idea acerca de la fundación de un "black power" dentro de la revolución, así como la incorporación de un área dolarizada dentro de la economía socialista. "Esto de ahora fue idea mía", se adjudicaba Walterio en sus delirios lúcidos y persecutorios, que siempre acababan certificando que su enemigo era la Seguridad del Estado, no Fidel, ni tampoco Raúl, quien le estaría reconsiderando para encargarlo de la Embajada de Cuba en Francia.

Cuando a Juan Goytisolo le prohibieron entrar en Cuba, o le hicieron saber que no era agradable su presencia, su hermano José Agustín le visitó; encargándose después de enviarle apoyo y sostener una comunicación a distancia. En efecto, Walterio Carbonell recordó siempre, hasta el final, el viaje a Santiago de Cuba que refiere Juan Goytisolo en su artículo. Le divertía la evocación, y apuntaba que en verdad al español no le había gustado mucho Santiago, especialmente su bahía, porque "parecía un charco". Aseguraba que "a él le gustó mucho más Bayamo".

La soledad que refiere Goytisolo es básicamente cierta, aunque hay que decir que en la Biblioteca Nacional Walterio podía ironizar (y hasta conspirar) con algunas personas; el estudioso Víctor Fowler y el investigador Tomás Fernández Robaina, entre ellos. Y debe ser dicho también que el doctor Eliades Acosta Matos, director de la Biblioteca, le permitió libertades que sólo caben en aquellos que ostentan la relativa categoría de "intocables". Entre ellas, hacer usos muy singulares de las macetas de plantas ornamentales de la Sala General de Lectura.

Cada mediodía, en el sótano-cafetería de la Biblioteca, cuando la gente bajaba a ocupar esa dieta de fines de los noventa donde predominaba la lenteja y el arroz blanco (además del "perro caliente" que el ministro de Cultura envió para "enriquecer" el almuerzo), esperábamos la aparición del séquito de mujeres rusas e inmediatamente después, alborotando la escalera real, el descenso de un Walterio Carbonell que se reía de todo, por encima de todo.

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