www.cubaencuentro.com Lunes, 08 de agosto de 2005

 
  Parte 1/4
 
A golpes de ciclón
Ideología, pretextos y huracanes: Aún queda por delante un largo verano y el capítulo de Dennis apenas ha comenzado.
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Los días 17 y 18 de octubre de 1996, el huracán Lili azotó la zona central y occidental de Cuba. Destruyó 5.000 viviendas y causó extensos daños en áreas de cultivo, líneas eléctricas y de comunicación.

Estragos del huracán Dennis
Agudización de la crisis energética: Cuatro provincias tienen cubierto el servicio eléctrico en un 75%, las otras diez en un 20 y un 30%.

En menos de una semana se produjo una reacción sin precedentes del exilio de Miami: el inicio de una amplia campaña de ayuda que desencadenó una polémica y terminó en frustración y amargura. Pero que también puso sobre el tapete las diferencias entre los miembros de una comunidad que había mantenido el tema de la ayuda a quienes viven en la Isla, limitado al círculo familiar.

A partir de ese momento se convirtió en debate público un hecho que con mayor o menor intensidad ha estado presente desde el paso del huracán Flora en 1963: cada ciclón que pasa por Cuba afecta los vínculos políticos que esta mantiene con el sur de la Florida y Washington.

Con la llegada de Castro al poder, los huracanes dejaron de ser fenómenos atmosféricos. La retórica militar —repetida una y otra vez para encasillar el paso de la tormenta— evidencia un afán de enfrentamiento opuesto a la sabiduría campesina del "vara en tierra": agacharse hasta que pasen los fuertes vientos, mientras uno se cubre de la lluvia.

Para el gobernante cubano, el ciclón es un enemigo que si bien no se puede dominar y guiar, al menos hay que impedir que se convierta en el protagonista de la historia. Desplazar la atención ciudadana del pronóstico meteorológico y la opinión de los expertos a la palabra del líder: esta debe saber que no sólo está informada, algo que es el objetivo primordial en cualquier país, sino sentirse impulsada a depositar su confianza no en un esfuerzo individual, del gobierno local y nacional, sino en la capacidad del máximo dirigente para enfrentar la adversidad, quien permanece en el puesto de mando como un capitán de navío. Siempre tratar de reducir lo más posible la pérdida de vidas (hay que reconocer la capacidad de movilización del gobierno en este sentido). Y siempre aprovechar la ocasión, con el objetivo de sacarle partido a lo ocurrido y demostrar la eficiencia del modelo estatal.

Al tocar tierra cubana, un ciclón pasa a ser un hecho político: una irrupción momentánea que al final se resume en una reafirmación del poder central. La ayuda internacional —que siempre La Habana ha sustentado el derecho de recibir y rechazar— no puede ser entendida en otros términos que no sea la posibilidad de otorgar una ganancia política al régimen.

La caridad y la política

Fueron estas reglas las que los exiliados cubanos trataron de subvertir en 1996. Las consideraciones humanitarias se impusieron sobre las políticas y en poco tiempo se reunieron más de 250.000 libras de alimentos para enviar a Cuba (desde el principio, los organizadores de la campaña excluyeron la posibilidad de enviar dinero).

Varias de las principales organizaciones del exilio se unieron al plan de ayuda a los damnificados. La Fundación Nacional Cubano-Americana, Hermanos al Rescate, el Movimiento Democracia y el Partido Demócrata Cristiano de Cuba respaldaron las donaciones a través de la Iglesia Católica. Se logró que el gobierno del entonces presidente Bill Clinton autorizara los vuelos directos desde Miami de los aviones cargados de comida, para ser entregados a la organización católica Caritas Cuba. El único requisito impuesto —además de la negativa a mandar dólares— fue que lo recaudado fuera entregado directamente a los cubanos, sin la intervención gubernamental.

Frente a este esfuerzo popular se alzaron las organizaciones de los exiliados de "línea dura". Con la Junta Patriótica Cubana al frente, dirigentes de Alpha 66, la Brigada 2506, el Hogar de Tránsito para Refugiados Cubanos y personalidades de la comunidad, junto a los congresistas cubanoamericanos Ileana Ros-Lehtinen y Lincoln Díaz-Balart, se pronunciaron en contra de la campaña de ayuda. Su argumento principal fue la falta de confianza en Castro, la posibilidad de que la comida fuera a parar a las casas de los dirigentes, vendida en las tiendas para extranjeros, destinada al turismo internacional y consumida por los militares.

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