www.cubaencuentro.com Viernes, 26 de agosto de 2005

 
   
 
Palos de un ciego cruel
Cuba: Lo extraordinario para el mundo convertido en pan cotidiano.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Alguien dijo, hace mucho: "Cuando lo extraordinario se convierte en cotidiano es que estamos en una revolución". Parece una frase del Che. Pero en fin, quienquiera que lo haya dicho, el caso es que encaja como losa de plomo en lo que algunos se empecinan en llamar todavía la revolución cubana.

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Desvanecida en la práctica (por el uso y abuso) la connotación legendaria que tuvo en otros tiempos, el término "revolución" ha ido dando traspiés en la semántica moderna, al punto que, hoy por hoy, apenas lo asumimos como "acción y efecto de revolver o revolverse".

Cierto es que la revolución cubana sólo se consuela ya con revolver, sin revolverse, pero a falta de otra definición más exacta, aceptemos esta como la más cercana. Y precisamente es aquí donde muestra su poder revelador aquello de lo extraordinario convertido en cotidiano.

Claro que como el término "extraordinario" también ha perdido mucho brillo en la brega, sería menester revolverlo un poco para que acomode igualmente en nuestra situación.

Extraordinaria no parece resultar para nadie en la Cuba de estas horas la contradicción de que en mayo nos anuncien un notable incremento de equipos de uso electrodoméstico, y en junio volvamos a ver paralizadas nuestras vidas durante la mayor parte del día y de la noche por falta de electricidad.

Lo extraordinario, justo por ser lo cotidiano, lo de siempre, no es lo que va del dicho al hecho, sino la manera fría, desinteresada, abúlica, con que nos acostumbramos a dejar pasar contradicciones tales, como si con nosotros no fuera.

Extraordinario no es que se proclamen con fanfarria subidas salariales insignificantes, en momentos en que la pobreza de los profesionales y trabajadores cubanos hunde sus extremos, irreversiblemente, más que en lo poco que ganan, en los nulos dividendos que les proporciona su trabajo y su calificación ocupacional, aun después del aumento.

No resulta siquiera extraordinario que tales incrementos de salario hayan sido sacados de la manga, sin que los sustenten mejorías mínimas en nuestra productividad ni en ninguno de los indicadores con que en el mundo real se mide el avance económico.

Tampoco parece ser visto como algo extraordinario que la moneda internacional se devalúe en la Isla por efecto de un dedo que se alza y ordena a capricho o conveniencia, sin que cuenten para lo más mínimo la ética del intercambio, las normas financieras, los postulados lógicos de la civilización.

Lo extraordinario podría ser tal vez, por insólito, aunque no por desacostumbrado, que los economistas, las facultades de estudios económicos y otras doctas instituciones de aquende y allende los mares, se ridiculicen a conciencia amparando, aplaudiendo o soportando calladamente el desatino.

Sin empeño y sin gandinga

Que hoy se vocifere aquí hasta por los codos sobre la necesidad de la paz, luego de haber exportado durante décadas guerrillas, armas, ejércitos, dogmas del terror, no constituye nada del otro jueves. Lo extraordinario es que venga un Premio Nobel con fama de hombre honesto a llenarse la boca para declarar que nunca hemos practicado el lenguaje de la violencia.

Una calamidad extraordinaria no parece ser ya para nosotros que no podamos comprar en las farmacias ni la más común pastilla para un dolor de cabeza, mientras que varios miles de médicos cubanos receta y distribuye gratuitamente en Venezuela todo tipo de medicamentos enviados desde la Isla.

Lo extraordinario es que este disparate abusador sea exhibido impunemente como prueba de nuestro más alto espíritu de solidaridad y como ejemplo de integración latinoamericana.

Los cientos de presos de conciencia, sus esposas, madres e hijos que ruegan piedad inútilmente; la soberbia que no soporta, no se atreve a conceder ni el más insignificante resquicio legal a las ideas de oposición, por pacíficas que sean; el control político basado en la delación, el miedo y la desidia.

El marasmo espiritual que crece silvestre; el acatamiento resignado y/o temeroso que se vende como apoyo del pueblo; el obsesivo, enfermizo perifollo de la realidad en los medios de información; la imposibilidad por ley de que un hijo de esta tierra invierta en una pequeña empresa privada para sacar del hueco a la familia, en tanto cualquier pelagatos del exterior viene y planta su chinchal.

Desaguisados como estos y otros muchos, cuya relación comienza a ser tópico ocioso, no se ven hoy en nuestra isla como lo que son realmente: palos de un ciego cruel. Nada extraordinario pueden representar para quienes venimos de regreso, perplejos y asustados, de todas las revueltas en que nos han revuelto los que no se revuelven a sí mismos.

Lo único extraordinario, lo que alarma, escandaliza y aplasta, es que aún queden en el mundo personas cultas, inteligentes, con principios presumiblemente de avanzada, dispuestas a defender, a disfrazar esta barbarie, tejiendo a la luz del día, aunque destejan en las sombras (como viudas de un rey vivo), todo sentido común, toda aparente buena fe.

Ojalá no les pase como en la historia del perro de las dos gandingas, que de tanto empeñarse en cargarlas las dos a un tiempo, una para la barriga y otra para la especulación, terminó por quedarse sin empeño y, lo que es peor, sin gandinga.

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