Antes de ver Looking for Fidel, estaba segura de que me enojaría con Oliver Stone. Después me indigné, pero con Fidel Castro.
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Castro, Stone: Actor, director, escenografía y atrezo. |
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Stone es un realizador contundente que se toma amplias licencias con la Historia. Llegó a la madurez en los sesenta, cuando la revolución cubana brillaba en los ojos de millones de personas y la guerra de Vietnam sembraba la ira. Todavía percibe a Castro como el gran revolucionario que se rebelaba.
Cuatro décadas después, sin embargo, Castro el dictador ha eclipsado a Fidel el revolucionario. Quedan su encanto intermitente, su agudeza y su astuta inteligencia. Las críticas a Looking for Fidel, película emitida el 14 de abril en EE UU por HBO, y de su primera versión, Comandante, retirada por ese mismo canal tras la represión contra activistas democráticos y las ejecuciones sumarísimas de tres secuestradores en la primavera pasada, tienen todo el derecho a mostrar su inconformidad con la entrevista.
Ciertamente, muchos espectadores opuestos a Castro podrían sentirse fascinados por su lado más atractivo y reírse o sonreír en alguna que otra escena del documental, lo que no significa, por supuesto, que cambien de opinión. Lo importante es el material dramático del que dispone el consumado caudillo en su ancianidad. Falsamente, Castro invoca los límites constitucionales de su poder y el "sentido del deber", que le impiden dejar su cargo a alguien más joven.
El poder inevitablemente impone una distancia entre aquéllos que lo ostentan y el resto de nosotros. Si esto es cierto para líderes elegidos libremente, aún lo es más para un hombre que ha gobernado sin restricciones un país durante cuarenta y cinco años.
En el momento más álgido del documental, encontramos una escena muy impactante: ocho hombres, arrestados por el intento de secuestro de un avión, están sentados con Castro en una habitación, mientras Stone les hace preguntas. La escena nos ofrece los límites despreciables del poder de Castro. Éste asume una postura de imparcialidad, evoca las posibilidades de una agresión norteamericana y les dice a los hombres que tanto él como Stone sólo pretenden comprender los "mecanismos psicológicos" que provocaron sus acciones.
Los prisioneros aducen razones económicas, no políticas. Aceptan su culpabilidad y ruegan sentencias de treinta años de privación de libertad en lugar de cadena perpetua. Su indefensión frente al Comandante —cuya mera presencia constituye un despotismo psicológico— resulta sobrecogedora. |