www.cubaencuentro.com Viernes, 04 de abril de 2003

 
   
 
La balsa náufraga y perpetua
En 'Mar nuestro', estrenada en Los Ángeles, Alberto Pedro traza una metáfora de nuestra incapacidad para ponernos de acuerdo.
por ROSA ILEANA BOUDET, Santa Mónica
 

Mientras en La Habana se repone Manteca, otra pieza de Alberto Pedro, Mar nuestro culmina una temporada en la Fundación Bilingüe de las Artes, en Los Ángeles, también representada en inglés (Our Wide, Wide Sea). Como en otras ocasiones, su teatro me ha revelado verdades invisibles y acaso inesperadas.

Mar nuestro
Ochún y Yemayá: Glenda Torres y Michelle Gil durante una representación de 'Mar nuestro'.

Sentada frente a esa balsa a la deriva que conduce a Fe, Esperanza y Caridad al destino que han elegido, durante la penúltima función de la puesta de Margarita Galbán, la obra me dijo muchas cosas. Me preguntaba si en la constante lucha de las tres mujeres por sobrevivir —la puesta acentúa su carácter tragicómico— en el altercado que el bufo llamó "bronca de solar", Alberto Pedro no estaría metaforizando esa incapacidad para ponernos de acuerdo que aun en situaciones extremas retrata la condición cubana, cuando en alta mar y como en Mrozek, se enfrentan unas a las otras por motivos de sus creencias o de sus actitudes o de sus historias o de su pasado. Me preguntaba si esa "balsa" detenida en el mar de los sargazos no era la Isla en peso en su fijeza y en su inenarrable angustia, y si la intervención mágica de la deidad yoruba representada por Ochún no sería también un fracasado deux ex maquina, porque ni siquiera las "diosas" con sus designios pueden revocar nuestros destinos.

Como en Manteca, una triada de personajes se debate entre su propia suerte y la incertidumbre del camino elegido. Como en la obra del 93, la atmósfera es de tensión y había profunda consternación durante los primeros minutos del espectáculo. Y como en Delirio habanero, el desvarío se adueña del espacio escénico y otro trío vive entre la ilusión, el sueño y la fantasía. Sólo que esta vez el debate filosófico es más intenso y los temas —raza, religión, diáspora, emigración— de mayor complejidad, sobre todo cuando las orishas de Pedro no sólo bailan y cantan, sino que piensan y se sumergen en un satirizado debate filosófico.

Pero más allá de todas las preguntas que la pieza sugiere y evoca —y que no han perdido actualidad desde su estreno en 1997—, Mar nuestro se sostiene por la sugerente y funcional escenografía de Estela Scarlata y las actuaciones de Ana Alfonso, Marie Curie, Michelle Gil, Ana Rey y Glenda Torres. Ellas logran interesar al espectador atento y, a ratos, emocionado. Hay muchos momentos en los que un hilo invisible se tiende entre la balsa y los espectadores. Ana Alfonso logra convencernos con creces y su Caridad emociona, mientras que María Curie encarna la recta descreída con sobriedad.

En la Fundación Bilingüe el teatro en español tiene su casa en Los Ángeles. Celebro la inclusión de la pieza de Pedro, poco conocida en Estados Unidos, a pesar de que Manteca se ha traducido al inglés y Alberto Sarraín la ha montado con el colectivo de La Ma Teodora en Miami. No es muy frecuente que la obra de dramaturgos posteriores a Triana, Fornés, Manet, Quintero y Estorino, se escenifique ni estudie a profundidad.

Sentada en mi butaca, rodeada por el humo de las alucinaciones y los sargazos del mare nostrum, ante la balsa náufraga y "perpetua" que han recreado también Nilo Cruz y las instalaciones de Kcho, aparecen no sólo los valores del texto —su polisemia y probada ambigüedad—, sino la manifestación del concierto de nuestros acentos en una puesta intercultural. Cuando Otomar Kreycha escogió a Bertina Acevedo para su Julieta, nació —al menos en Cuba— el reparto interracial que nunca nos hizo reparar en cuál era el color de la piel de Bernarda o María Antonia. Con Peter Brook y Eugenio Barba, entre tantos, los actores de diferentes culturas conviven en puestas donde habitan un tambor africano con las mudras o el candomblé. En Los Ángeles, las tres náufragas hablan el español de América con el acento de República Dominicana, la fonética puertorriqueña, el dejo de Honduras o el "canto" de La Habana. Al principio, el espectador tiene que hacer un esfuerzo de integración por la unidad del espectáculo, pero finalmente los buenos textos se abren camino. En Los Ángeles he visto recuperar los temas punzantes de la dramaturgia de Pedro y, gracias al trabajo del elenco de Margarita Galbán, la belleza de nuestros acentos.

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