www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
   
 
La Habana: Con el espíritu en salmuera
Disentir significa traicionar. Opositor pacífico, agente a sueldo de una potencia extranjera. Referéndum, atentado contra la integridad y la independencia nacionales.
por JOSé H. FERNáNDEZ
 

Cuenta Albert Camus que Napoleón reconocía únicamente dos potencias en el mundo, la del sable y la del espíritu, y que le daba gusto decir que entre las dos el espíritu resulta siempre vencedor. Tal vez lo dijera con el sable en alto, pero de todas formas vale aceptar la trepidante vigencia de la idea.

Claudia Márquez
Disidentes. Tras la celebración de juicios sin la menor garantía procesal, sus esposos recibieron largas condenas de cárcel.

Claro que, desde Austerlitz hasta hoy, mucha agua ha pasado por debajo del puente. Los sables quedaron reducidos a juguetes, ridículas tiras de latón, ante esos misiles capaces de olfatear a distancia el rastro de sus objetivos, como si fueran perros fieles. Es una prueba de que el ser humano adelanta hacia atrás. Aunque no es la única, ya que el otro cuarto, el del espíritu, también se alquila.

Pero a diferencia de lo que sucede con el sable, en el avance de la civilización el espíritu no pierde por exceso, sino por defecto. Lo cual no impide que sigamos  apostándole. No más faltara.

Ahora mismo resulta difícil distinguir los medios de que dispone el espíritu de nuestra época para enfrentar desmadres tales como el de la manipulación y el de la fuerza bruta.

Vistos desde lejos, los hombres parecen marchar en dos comparsas: a) los opositores a la guerra en Irak, en cuyo reclamo, noble cuando es proyectado sin trasfondos, se extraña la ausencia de un renglón de condena a los trogloditas como Sadam Hussein, nocivos no sólo para el espíritu, sino también para la carne y los huesos de la humanidad; b) quienes aplaudieron la caída de bombas y el tropel de los ejércitos sobre Bagdad, con tanta euforia que han olvidado preguntarse si realmente era imprescindible echar al fuego miles de vidas y cuantiosos tesoros para meter en cintura a un solo individuo, por muy topo que fuera.

Si en cambio los hombres son observados desde mucho más cerca, por ejemplo, en mi entorno habanero, se les puede ver lelos, como en suspensión, o reasumiendo a duras penas su rol de números, listos para ser ordenados en columnas sobre una vieja pizarra sin lustre. Y no es para menos. De pronto nos creímos en condiciones para descifrar a plena luz del día el misterioso jeroglífico de términos tales como disentir, oposición pacífica, referéndum… Y ahora resulta que donde nos dijeron digo, dicen que dice diego. Disentir significa traicionar, opositor pacífico significa agente a sueldo de potencias extranjeras, referéndum significa atentado contra la integridad y la independencia nacionales. Cuando empezábamos a cogerle el gusto a eso de nombrar las cosas según lo que verdaderamente representan, resulta que otra vez habrá que nombrarlas con un pie en el estribo.

Y como en casa de la viuda no duran los ratones gordos, nuevamente está el hombre ante la alternativa de las dos únicas orillas: O con esta, intolerante y agresiva; o con la otra, ídem y además ajena. 

La circunstancia se agrava en el hecho de que para probar acusaciones ahora no se precisa más que de las acusaciones mismas. Así que la jugada de rigor debe ser quieto en base. Cada cual a las cosas de su casa, chito y con la procesión por dentro. Los guías religiosos se zambullen de nuevo intentando pescar la salvación en la profundidad de sus plegarias. Los poetas, entre verso y congreso, crían poéticas barrigas. Los inventores del júbilo y la furia cuecen en el oscuro rincón de sus cocinas. Los héroes de ocasión le afinan la punta al lápiz para legar memorias al futuro. Y el hombre queda a la deriva, en cueros y con las manos dentro de los bolsillos.

En tanto, su espíritu permanece en salmuera. Y tal vez está bien que así sea. De modo que, a despecho de Camus, no se agote maldiciendo el sable ante su falta de fuerzas para dominarlo.

Total, el universo continuará expandiéndose irremediablemente. Y es muy posible que dentro de diez mil millones de años sobrevenga un colapso, un tranque descomunal, definitivo, entre las galaxias. Pero no hay que preocuparse, ya que poco antes los seres humanos habríamos dejado de existir. En el mejor de los casos, como consecuencia de un apagón del sol.

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