Esta es la historia de la serpiente que se muerde la cola: Los voceros del régimen de La Habana nos acusan de no amar a Cuba (sus razones tendrán: la abandonamos).

Nosotros, desde nuestro peldaño de exiliados, devolvemos el insulto: Los hermanos Castro y su séquito de mascotas tampoco aman a Cuba (motivos nos sobran: la han destrozado).

En lo único en que sí estamos de acuerdo tanto fidelistas, reales o fingidos, como anticastristas, históricos o recientes, es en esto: El otro bando de ninguna manera puede amar a Cuba.

Pero basta de hacer hincapié en quienes no aman a Cuba. Estamos aquí para reclamar la libertad de quienes aman tanto y tan ciegamente esa tierra que se manifiestan en contra del sentido común y, claro, del régimen que nos robó —a nosotros, desterrados— la patria, y a los once millones de rehenes que quedan en la Isla, la palabra.

Comunidad del exilio, esbirros de la dictadura, cubanos que me escuchan: Mientras a ambos lados del conflicto nos desgañitamos en protestas inmediatas, ofensas a la hija del prójimo y chantajes de penúltimo minuto; mientras practicamos paso a paso esa extensa antología de nuestra intolerancia, las únicas 75 personas en el mundo que aman a Cuba —de hecho, las únicas 75 personas que sólo saben amar a Cuba—, cumplen en las cárceles de ese país tan amado la más injusta y brutal de las condenas.