www.cubaencuentro.com Jueves, 08 de julio de 2004

 
   
 
La Habana: Récord de calor y de consignas
Unos anhelan el éxodo pronosticado; otros se contentan con poder mitigar las altas temperaturas del verano cubano.
por IVáN GARCíA
 

Por estos días, La Habana es un asador. Los termómetros suben en flechas y el pasado 21 de junio en la Estación de Casablanca, un poblado situado al otro lado de la bahía habanera, se registró una cota de 36,2 grados, récord histórico para este mes. Si a esto se añade la humedad relativa por encima del 80%, resulta entonces que caminar un par de cuadras es una aventura casi africana.

Banderitas
'Patria-y-muerte' bajo un sol de espanto.

A las 12 del día, La Habana parece muerta. La gente se apiña como puede bajo los portales o entra, para mirar y no comprar nada, a las tiendas recaudadoras de dólares, que por lo general tienen aire acondicionado. "Es tremendo. Usted observa a cientos de personas deambulando por las tiendas sólo para recibir la ola gratificante del aire acondicionado", señala un gerente que trabaja en la tienda por departamentos Ultra, en el centro de la ciudad.

Se conoce que La Habana tiene una infraestructura del cuarto mundo. Casi nadie posee climatización en casa, ese es un lujo reservado para la nomenclatura. Beber jugo o refresco cuesta caro, por tanto, la gente de a pie mitiga el calor con agua fría y sentado frente a los ventiladores, que en estos días de intenso calor se han convertido en objetos anacrónicos.

Para empeorar la situación, han resurgido los apagones nocturnos de hasta cuatro horas, y la ola de mosquitos; ambos se han puesto de acuerdo con el gobierno de Castro para hacer de la vida de los citadinos un verdadero calvario. "Lo que más uno quisiera es poder bañarse varias veces al día, pero ni eso se puede, pues en mi casa el agua es un artículo de lujo", dice Carmen, oficinista de 21 años que reside en la parte vieja de La Habana, donde escasea el preciado líquido.

Además del calor bochornoso, que hace que los habaneros extrañen el polo norte, Castro, sin compasión, sigue su ataque habitual contra los yanquis.

La metralla de doctrinas políticas va en aumento, y las marchas y tribunas abiertas se suceden una tras otra con pasmosa tranquilidad, como si caminar varias cuadras bajo un sol de 30 grados centígrados fuese un picnic. El mismo día que se implantó el récord de calor con 36,2 grados Celsius, Castro, embutido en su habitual casaca verde olivo y con la gorra calada hasta las orejas, leyó una proclama al presidente George Bush, en la que pedía que le enviara a 3.000 norteamericanos pobres en un plazo de cinco años para recibir atención gratuita en la Isla.

Es poco probable que Bush tome en serio la propuesta de Castro. Si algo sacó en limpio el discurso del comandante cubano, frente a la oficina de intereses norteamericana en La Habana, fue la amenaza velada de que ante la nueva vuelta del embargo gringo pudiera sucederse un éxodo masivo hacia Estados Unidos. Algunos capitalinos como Lázaro Díaz, 21 años, desempleado, rezan a sus orishas para que se desate otra ola de balseros y poder largarse por fin hacia EE UU, su sueño dorado.

A la espera de algún suceso importante que cambie sus precarias vidas —llenas de zozobra y sin futuro— y para alejar el fantasma de las carencias materiales y la falta del plato de comida, los habaneros siguen tomando ron infame de tercera categoría y desplazándose hasta las playas del Este en apretados ómnibus.

Por un fenómeno inexplicable para algunos especialistas políticos, ante el llamado gubernamental para asistir a las marchas y pachangas revolucionarias las personas concurren en masa. Luego llegan a casa, como José Alberto, 34 años, obrero, con un hambre atroz y rojo como un tomate, hablando hasta por los codos de lo dura que resulta la vida.

Sentado en un desvencijado sillón que alguna vez fue blanco, José comenta su aspiración de irse del país con su esposa y sus tres hijos: "Aunque sea para Marte". Y se pregunta, mientras un ventilador Continental, made in China, le hace llegar un chorro de aire tibio que apenas lo refresca: "Oye tú, ¿el comandante no pasará calor con ese pesado traje militar?". "¿El hombre? ¡El hombre ni suda!", la respuesta viene de su esposa, cansada por el ajetreo diario de sus tres hijos. "No te das cuenta, José, que Fidel vive en otro mundo".

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