www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
Parte 1/4
 
Carta a Antonio Machín
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Sagüista itinerante y maniserísimo Antonio Lugo Machín:

Con usted se hizo carne real la metáfora de uno de nuestros poetas más anónimos, porque, primero en La Habana, y un tiempito más tarde en Nueva York, le dio literalmente "la patá a la lata"; en este caso a la auténtica, material, luminosa, sonora, concreta, alumínica lata donde el vendedor de manises —llamado allí en la Gran Manzana "peanut vendor"— cargaba su salerosa y vocinglera mercancía, para que las caseritas pudieran irse al lecho tranquilas, sin remordimientos, con olor a tueste y las caries repletas de cascaritas marrones.

Antonio Machín

Una lata citadina, espléndida, espesa, con asas para asirla y asarla, la mismitica que unos kilómetros más allá, donde comienza la dulce campiña, es usada para alimentar a ese espécimen que horroriza a los talibanes: el rozagante, carismático y familiar cerdo, en su pre asado virtual; en fin, la lata de sancocho de toda la vida, que en la urbe calma la sed y es recipiente que alumbra, cuando la usan para el luzbrillante que Dios y la libreta otorgan.

Fue con Don Aspiazu, varón decente y de largas miras, que le sacó de la carretilla y el cajón de mezclas. Lo descementó, lo desladrilló, le quitó la plomada de albañil, lo retiró de lo albañal, y lo hizo el primer hombre de piel poco rubicunda en actuar con su orquesta en el Casino Nacional, la nata de la melcocha isleña.

Como estaba en el aire aquello que llamaron "La Danza de los Millones", los hacendados y demás australopitecos del patio estaban demasiado concentrados en la recogida de centenes, morocotas, dólares, pecuaras doradas, pesos machos, para censurar que alguien que quiso ser cantante de ópera en su Sagua la Grande natal, se les parara en el escenario a cantarles —luego de anunciar la venta del Arachis hypogaea L, de la familia leguminosae— aquel Documento de Identidad musical, con el mismo golpe de Mayeya, no juegues con los santos, de Piñeiro, que dice: "Moreno me llaman porque tengo/ la piel negra y el pelo/ rizado naturaaaaaal…" que era pasable y más suave, porque moreno suena a apellido, aunque remataba con un análisis preciso, enfocado desde el más puro materialismo histórico: "Esclavo, de dioses milenarios/ por ser humilde y pobre/ mi destino es fatal". No hay constancia de que recalcara, en la tendencia de la lastimita limosnera, el anuncio de una nueva citación con el consabido "y recuerden que mañana hay matiné".

Menos mal que no encontró acomodo en lo lírico, a pesar de que el párroco de Sagua le había metido ese bicho entre los omóplatos, desde que lo puso a cantar el Ave María de Schubert, que con ese pellejo le tocaba otra ave, más nocturnal y de mal agüero, —cantar a Schubert en un pueblo del interior trae insospechadas consecuencias casi siempre— y, que yo sepa, en la profunda ignorancia operística tan bruñida que tengo, nadie le ha metido compases a Otelo, que era el papel más contralto que le pondrían a hacer; o el de Moro de Venecia, por lo bajo.

Que la color ha dividido mucho a los hombres lerdos, y los hace cerdos. Aunque le digo yo, con este curtido Caribe que padezco entre los yogures europeos: existen convenciones que no tienen palacio de Convenciones, y son disífilis de romper. Hay papeles que exigen un fenotipo fenotípico. Como que no veo yo a Bola de Nieve, por muy pícaro, deductivo y alebrestado que fuera, haciendo de Sherlock Holmes, vaya, ni de doctor Watson, aunque presumiera de un bisturí encomiable. No es cosa de montar esa aventurilla de Salgari, El corsario negro, y buscar protagonista en La Jata, no señor, que parecería coña, insidia, burundanga, chotis, plan de Cacarajícara, choteo, relajito vigueta.

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