www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
Parte 1/3
 
Carta a Carlos Baliño (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Agitancio y fundadorio Carlos Baliño López, repite y pon:

Me podrá creer o no, si su buró político se lo autoriza, claro, pero a mí me es casi imposible imaginarlo junto al Pepe Julián, de mitin en mitin, de candanga patriótica en dulce tabarra poética, destorciendo lo torcido. Y mire que sé que estuvo allí verdaderamente, en realidad de verdad, y el Apóstol escribió y habló bien de su nicotina, y nos dejó mensajes sobre lo buena persona que era en esa época.

Carlos Baliño

Lo siento, de verdad, porque buena parte de lo que dijo Pepe Julián va a misa. Y lo que no, lo usaron para desgraciar las misas, los bautizos, las visas, el jolgorio espontáneo, los carnavales del espíritu y otros etcéteras y visceláneas viscerales, pero eso no fue su culpa, sino de los raros discípulos que le han salido desde que se lanzó a hacer lo que no tenía que hacer y a acudir donde no lo llamaban. Pero me es imposible visualizarle en aquellos lindos, democráticos y libertarios tiempos. O tengo la bola de cristal muy fuñía o la bolsita de la hiel se me reventó sin saberlo, y estoy con más amargura que la que deja una sesión de tangos machos bebiendo mate junto a una flaca sin dientes.

La cosa es que, por más que me enfurruño cerrando los ojos, apretando el esfínter y dándole a los pedales, cuando intento conectar con el más allá, solamente soy capaz de verlo sentado aquella noche del 16 de agosto de 1925, con Julio Antonio el de la Modotti, un visitante mexicano de carne poco ahumada, otro polaco que andaba por allí, y algunos inconformes más, hasta redondear la caballística cifra de 17, en el momento de fundar aquel Partido Ñángara que tantos bandazos daría en la vida republicana y que tan mal heredero tendría muchísimo más tarde. Y cuando me viene esa imagen plástica, plastificada, y un poco indecente, me acuerdo de aquel chiste del cubano que cae en manos de una tribu de negrigentes en el corazón de África, que practicaban el canibalismo más por deportividad que por dieta balanceada.

Cuando el cubano se ve en tal situación, piensa que su destino pasa irremediablemente por el caldero, y se sorprende cuando el que parece ser el jefe, un viejo hotentote grande y de contenida ferocidad, le dice muy solemne que tiene un modo de salvarse. A continuación le explica que su tribu se precia de poseer un concejo de dirección formado por los tipos más sabios del universo, y que le van a dar el chance de preguntar cualquier cosa. Si nadie del concejo sabe responder, se darán por vencidos y lo dejarán marchar sin hincarle el colmillo. En caso contrario se lo bailarán semicrudo, no sin antes someterlo al castigo ritual, que consiste en apachurrarle los cataplines sobre la piedra sagrada, con el machacapapas designado para tales escrotarios menesteres.

El cubano, asustado, acongojado —con los congojos en el pescuezo—, presa de lógico tembleque, ve su existencia en el pico del aura, a pesar de que el canibalón le ha hecho un rápido panorama de los amplísimos conocimientos de sus "sabios", porque serán caníbales y lo que usted quiera, pero se las saben todas, y hasta Internet de banda ancha poseen; y manejan historia, ciencias, filosofía, artes, deportes, aunque luego practiquen lo que les sale de la gandinga. Pero la necesidad hace parir mulatos, y el cubiche, rápido como un microbrigadista, y brillante como un policía del Valle de Caujerí les pregunta si saben qué es un núcleo del partido.

Ahí mismo sonríe dudoso el nicharagüense, y le pide que repita y ponga leones, a ver si entendió bien, si copió y fotocopió a la caja. Cuando el cubano vuelve a enunciar su pregunta, el jefazo dice su frase mágica: "babarabatíbiri coimbre", a lo que el concejo, en abnegado y unísono premio coral responde: "babarabatíbiri cuanfuá", y se ponen manos a la obra, que es desentrañar la incóñita, o agarrar el rabino por las hojas.

El prisionero suda copiosamente. Vigila los movimientos de quienes atienden una gran tinaja humeante, y a otros que friegan concienzudamente las bandejas de aluminio. En eso regresa el jefe de lote caníbal, con su risita enigmática, que anda entre el dolor de estómago y el saber que a tu mejor amigo le pegan los tarros. Falsa alarma, porque el tribuno tribal solamente se acercó a confirmar la pregunta. El cubano respira hondo, siente cómo se le enfría la entrepierna húmeda y le reitera que si saben qué cosa es un núcleo del partido.

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