www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
Parte 1/3
 
Carta a José Ángel Buesa (II)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Renunciamiéntico y paradójico José Ángel Buesa, segunda carta espesa:

J. A. Buesa

Hubo un tiempo en que pensé que usted trabajaba en la radio, hasta altas horas de la noche, disparándole sus edulcorados versos a amantes desvelados, señoras de viejelancia, insomnes insumisos y serenos laborales. Lo que yo creía que era su voz, sonaba lo mismo junto a la guataca vial de los choferes de la confronta que escapada de alguna ventana, detrás de cuya penumbra se adivinaban gemidos de gozo. Tan era así, que me asombraba la aceptación que tenía su poesía, y me prometí que alguna vez, en ese futuro tan incierto que ansiaba, el público gemiría igualmente ante mis pulidos versos.

Luego me deprimí al enterarme de dos datos aplastantes: no era usted quien declamaba en esas emisoras, ni siquiera el dueño de la entusiasta voz que soneteaba en Actividad laboral, entre sobrecumplimientos, hazañas y fundiciones de chatarra, casi siempre antes de repetir, hasta el cansancio, un aviso textil que sonaba a "Hilaron Camisas", que más tarde, alelado, descubrí era otro poeta llamado Hilarión Cabrisas.

El otro era que alguien lo calificó delante de mis narices de trasnochado y parnasiano. Lo primero era lógico, habida cuenta de los horarios en que escuché sus floridas metáforas, pero el segundo adjetivo me confundía y hasta llegué a pensar que podía ser igualmente lógico, porque, a ver si no eran textos cálidos, como para depositar en la dormida oreja de la amada inmóvil a través de una parnasiana de madera, de esas que se abren hacia fuera y que impiden llegar a la preñez inmoral a través de ellas.

Aunque con retardo de petardo, supe que "parnasianas" no venía de un tipo de ventana de pestañas u hojas finas de madera o aluminio, sino de "Parnasio", un sitio de Suiza ideal para vivir —"Parna": capital de Suiza; "Sió": silencio—, aunque también es una manera de nombrar el paraíso sin que se enteren los curas. Eso lo aprendí de mi abuelo, que le sabía mucho a la significancia de las parábolas, como cuando se dice "aire de yaguas" —para poner un ejemplo— se quiere expresar que hay agitación campesina. ¿Ve? Pocos saben, ojo al dato, que la palabra "guachipupa" o "guachipulpa", se traduce como "esencia de guajiro", que por Antonio y Marcia se entiende como "brebaje aguado y bastante asqueroso".

Ese lenguaje —el parnasiano, no el campesino agitado— lo había usado el español Gustavo Adolfo Bécquer, a quien la tuberculosis lo ponía a decir necedades, guanajadas y cosas cursis, como lo de comparar el cutis con el nácar de las conchas, o los ojos con zafiros, los labios con las rosas, llenar el aire de bicharracos volátiles y otras idioteces; y más tarde, lo retomó un grupo o cuarteto bastante musical, llamado los Modernistas, encabezados por un nicaragüense que bebía cantidades inhumanas de whisky, Rubén Darío, que todo lo escribía esdrújulo, y llenó la poesía de náyades y pléyades, muy cinéfilo él con las aves acuáticas, y que comenzó mete princesa por aquí, príncipe por allá, oropeles pelados y cuanto aparato mitológico y ornitorrínquico le sonaba lo bastante cercano a su delirium tremens. Y con eso se llevó en la golilla a una multitud de damiselas pálidas cuya imaginación desbordada era la única posibilidad de respirar oxígeno en estado casi puro.

Y cuando los cisnes estaban prácticamente agonizando por algún maíz poético en mal estado, nació usted el 2 de septiembre de 1910, en Cruces, que era un buen augurio otoñal para comenzar a pelotear con la antítesis y las paradojas. No conozco a nadie nacido en Cruces que no sea levemente paradójico, como si esa fuera su cruz. Con ese paisaje gramíneo y lleno de humo de centrales azucareros, más la cercanía de la sacarosa y el guarapo, ya estaba usted a los siete años escribiendo versos, que es una de las peores majaderías que se le puede permitir a un infante. Pocos se salvan luego de un pasado tan versátil.

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