Sextetero contrabajo Ignacio Piñeiro, segundo round:
Yo le digo a usted que hay que tener mucho cuidado con las palabras. Fíjese que no es lo mismo mándela que Mandela. Ni tampoco salpafuera que palacalle, ni Serenata mulata, que serénate, mi negra. Y mucho menos suavecito, que cito suave, como me va a pasar a mí ahora con esta segunda trova.
Le agradezco que sea paciente y buena persona, que se pueda entablillar una conversación con usted, y que nunca, pero nunca nunca, jamás de los majases, a pesar de El guanajo relleno —que me ha desvelado, averiguando qué tenía por dentro— y La cachimba de San Juan, nunca pidió al público que levantara manos o pañuelos. Esas monerías de "con la mano arriba", "saquen el pañuelo" y "el que no salte es yanqui" son aberraciones posteriores, y no siempre buenas ocurrencias de auténticos músicos, sino de otros que han manejado a su antojo la partitura.
Resulta que a veces el tema del nacionalismo —que es en el fondo una especie de "complejo de Pepe el globero", descrito seriamente por Freud— atora a muchos de los que tienen acceso a tarima, entre ellos, algunos levemente músicos. Digo yo que en futura probable ocasión, cuando nos civilicemos un poco más y se nos vaya del cerebelo el sarampión, habrá que hacerles a esos afiebrados algo similar a esos controles de alcoholemia, y multarlos cuando se pasen en el otro complejo, conocido científicamente como "complejo del hueso duro de roer". Pero no era este el rumbo de mi segunda misiva masiva, sino al tino que hay que tener con el lenguaje.
El lenguaje es, ¿cómo definirlo?… como un puerquito. Crece sano dependiendo del lugar donde se le críe, es decir, de acuerdo con las condiciones en que se use. Si el animalito está en su cochiquera, con visitas periódicas de veterinario o matarife de corazón noble, bien alimentado con palmiche, sancocho y algún pienso de vez en cuando, entonces crecerá sano, fuerte, e ideológicamente imbatible.
Suelta usted al puerco, se mete en la yuca, a su albedrío, comienza a comer cuanta porquería encuentra, como zapatos plásticos, ejemplares del órgano oficial de un partido, consignas, chivatazos, bajezas del pueblo viril, cositas texturizadas y extendidas, y será el puerco más cerdo que haga purruac purruac sobre la faz de la tierra.
De lo contrario, hay que andar persiguiéndole, prohibiéndole que trague lo que le apetece, vigilándole a toda hora, etc. Ya veo que este ejemplo es una verdadera bazofia, así que asemos al cerdito y reflexionemos mientras masticamos. Y de paso, elaboramos unas butifarras, como las que hacía El Congo, y dale, que ya volví al tema.
He llegado a la conclusión de que Échale salsita, uno de sus mayores éxitos musicales, engañó a muchos cubanos con el cuento de su morcilla y el promocionado Congo, haciéndoles aceptar extraños viajes —llamados "misiones internacionalistas"— creyendo que, como El Congo estaba en África, allí encontrarían butifarra a toda hora.
Así se llenó el lejano continente de paisanos esperanzados, que miraban constantemente el cielo para ver por dónde les caería el embutido en las manos. No vea cuántas desesperadas incursiones a la candonga hice yo en compañía de aguerridos y nostálgicos combatientes, intentando identificar algo parecido, o pescar algún olor similar en el aire, aunque aquello fuera Sarabandeira, Cuito, Addis Abeba, Huambo, Kibala, y no Catalina de Güines. En el fondo —y vuelvo a escudarme en Freud— todo tenía un trasfondo más sexual que gastronómico: butifarra, salsita, y el lujurioso nombre de Catalina, que te lleva directo al yucal, y con más cercanía plástica, al guayo, aunque sea prestado. |
