www.cubaencuentro.com Jueves, 14 de abril de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a los Vegueros de la Rebelión
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Humeantes, inocentes y destoletados Vegueros de la Rebelión:

Si algo he aprendido yo en esta vida es a conocerme. Tanto he llegado a conocerme últimamente que me desconozco. Y una de las normas o reglas o cláusulas primordiales en esto del conocimiento interior —que no es viajar constantemente por provincias— es, sin discusión alguna, desconfiar de todo lo que digo, pienso o imagino.

Por eso explico antes, y pongo el bache antes de que salga el guano. Cada vez que recordaba aquello de "La Rebelión de los Vegueros", escuchado levemente en las clases de Historia, pensaba en cualquier cosa menos en la realidad de verdad literalmente. Al principio creí que se referían a que el equipo de béisbol pinareño se negaba a participar en la Serie Nacional de pelota. José Antonio Huelga de peloteros y cargabates, vaya.

Nada más lejos de la realidad. Luego pensé —y ese pensamiento tuvo fijador— que no había peloteros de por medio, sino que se había armado la pelotera por alguna de las grandes crisis del sector, cuando la fuma desaparecía misteriosamente de cafeterías, restaurantes, bodegas, posadas, tiros clandestinos y cuanto expendio era expeditivo.

Ahí sí me puse a investigar con cierto desgano y, además de comprobar que tampoco era eso, descubrí que la idea de desaparecer cigarros y tabacos en el país no era producto del bloqueo, ni de una mala cosecha, ni de falta de personal, ni de maquinaria descuajeringada, sino que obedecía a una idea más diabólica, relacionada con el ornato público. Cuando las ciudades agonizaban casi bajo el peso de basuras y detritus, el gobierno metía para crisis, y la falta de nicotina empezaba a hacer de las suyas.

Y había que ver cómo la población se lanzaba, por valles y montañas, a recoger colillas. Se desataba la caza del cabo, y desaparecían también otros escombros, con rumbo desconocido. Nunca supe si la gente se los fumaba o los reciclaba.

Como seguía en las miasmas, rompiéndome el coco con la duda y el pecho con nicotina, me vino, así, como por marte de magia, otro prensamiento: ¿Y si La Rebelión de los Vegueros era una revuelta campesina, protagonizada por gente humilde, ante la pésima calidad de los cigarrillos de la marca Vegueros, conocida en las zonas agrestes como "Supertranca de velorio"?

Aquellos cigarros de negrísima picadura eran más largos que un apagón en el Diezmero. Duros, enhiestos, como si estuvieran bravos desde su fabricación. Apretados, concentrados en sí mismos, y duraban más que una reunión de Rendición de cuentas. ¡Y el olor! Tenían un aroma singular, entre ruina de bohío y almacén del puerto. Cuando algún adusto campesino encendía uno, parecía que incineraran a un hindú en las márgenes del Ganges, no sin antes haberlo rebosado bien con mangles de la Ciénaga de Zapata. Eran horribles. Duraban exactamente un surco de ida y vuelta con cachadita para los mansos bueyes.

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