www.cubaencuentro.com Viernes, 27 de mayo de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a Guillermo Portabales
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA
 

Salonístico y guajiricantor Juan Guillermo Posada del Castillo, alias Guillermo Portabales:

Yo iba a empezar esta carta del modo más decente y campesino posible. Algo así como: "Espero que al recibo de esta carta se encuentre usted bien, en compañía de sus familiares. Yo bien". Pero qué carijo, si lo vine a conocer hace poco, y de su familia no tengo ni la más remota idea. Y tampoco estoy bien, que le acabo de escuchar cantando eso de "cuando salí de Cuba, dejé enterrado mi corazón", de Luis Aguilé, y se me desaguiló el corazón, cayendo como un palomón detrás de segunda.

G. Portabales

Conociéndole tarde y poco, sin poder hacerle verificaciones —que son lo mismo que las referencias, pero en plan venenoso—, me tengo que contentar con su palabra, o con el tejido de palabras con que quiso elaborar su imagen cuando decía: "Soy un rústico guajiro/ que tiene una inspiración/ en tierna contemplación/ constantemente suspiro/ desde la choza en que admiro/ a mi dulce adoración", que me preocupó muchísimo, pues me dije: "he ahí a un hombre enfermo. Esa suspiración derivará en sinusitis o en jipío bronquial. O puede provocar un pronto, o un aire. Claro, también tiene sus problemitas mentales, porque si admira a su adoración desde una choza, ya hay traumas a la vista".

Así que me propuse escucharle con cuidado, seguirle con delicadeza, como en arria, o al paso de una yunta, que tal parece que va regando garzas blancas en el surco. Investigarle desde el alba, en parsimonioso ordeño —ordeñe y mande— anotando todo el fervor que desató usted en mi país desde los años treinta. Así he llenado varias cajas de bohíos, tórtolas, zorzales y sinsontes que trinan, alboradas, sitieras, guateques, bandurrias, palmares, compayes y comayes, caminos reales, campiñas, y le juro por mi madre que sigo sin saber, a ciencia cierta, qué demonios es "un bajío". Debió ser una parte del cuerpo de la guajira, porque todos los cantores campesinos lo mencionan. Es más, se mueren por estar ahí, bajiando, como si fuese la cosa más agradable del mundo.

Y hasta me pregunté por qué, si ese bajío era tan bueno, el gobierno quiso espantar al guacho para otros lugares, desbajiarlo, expropiarle la bajiadez. Mire a dónde va esta mente mía cuando cruza la talanquera y se apea de la bestia para tomarse un buchito de café acabadito de colar.

Masinembargo, que es palabra nueva de significancia "sin que nadie me bloquée el bloque", o "me bloquie", en ese seguimiento positivo que le hice a usted como elemento o sujeto con características, lo noté, en el fondo, muy poco campestre. A lo más que me llega para jacerse el montuno es a arrimar el taburete, y a soltar que era hijo del Siboney, y también, amenazante, "tú verás cómo quieren los guajiros, tú verás", sin especificar mucho si ese ardiente y desmesurado amor va dirigido a la hembra que mora el bohío, o al compañero de Acopio, que viene a dejarlo más pelao que una güira cimarrona. También se le sale un cocuyo en uno de los temas, que no es cosa de dejarlo a usted sin luz.

No lo digo en sentido acusatorio. No voy en ese plan, porque no sólo de plan vive el hombre. No le acuso de evasión campestre, o de no intricarse más en la maloja. ¿Existirá el delito de "desintrincación"? Nada de eso. Pero hay que ser justo en la vega con el cantar campesino, que aquí el que no ordeña no mama. Jamás encontré alusiones más específicas a nuestra flora en su cantar. Se me quedaba epidérmico y epicúreo en la cantalersia, y no me pasaba de las palmas o el mango. Lo más cercano a un bejuco se me hace oscuro, cuando usted, en languidez bovina, me vacuna la inteligencia con "la espesura del cocotero". O se me estaba haciendo el jíbaro o yo estoy más ciego que el carajo, porque nunca he visto un cocotero espeso.

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