www.cubaencuentro.com Viernes, 27 de mayo de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a La Milagrosa
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Marmórea, maternal y nada estentórea Amelia Goiry de la Hoz, La Milagrosa:

Siempre que en mi casa mencionaban tu apodo, yo pensaba que hablaban de una bodega. Claro que ese nombrete, que se fue convirtiendo lentamente en nombre verdadero, nominal y absoluto, iba borrando el otro nombre verdadero, el que tenías antes de convertirte en tumba, estatua con niño colgando, y lugar de obligada peregrinación, al que acudían todos los Pérez, los González, los de abolengo francés, catalán y hasta mandinga.

La Milagrosa

Yo era pequeño e indocumentado, y que la gente preguntara si mi madre había ido a La Milagrosa, me olía a mandados, a mostrador, a compras. No de balde estábamos rodeados por sobrenombres similares, estelares, que anunciaban sus virtudes, sus características, sus dones para el comercio: La Buena Ventura, La Única, La Barata, La Más Completa, El Preso Fijo —de mucha actualidad— o La Amistosa.

Gracias a lo deductivo y pequeño que he sido siempre —mientras más deductivo, más pequeño, como si la deducción estuviera ligada a la reducción— descubrí que cuando te mencionaban tanto, no se referían a una bodega. Ya no quedaban milagrosas de ese tipo en el país, aunque era un prodigio ir y regresar con algo en la jaba.

Era un tiempo muy embrollado en el que confundía El Manifiesto Comunista con una obra de Oscar Wilde, solamente por el fantasma protagonista. Y durante largo tiempo creí que Cinco semanas en globo era un informe del Ministerio de Educación, trastocando el suspense con el suspenso, los suspensorios con los suspendidos, y al novelista francés con un resumen de almanaque: De julio a viernes. No te extrañe que, cuando mi suspicacia y mi deducción desecharon que La Milagrosa era una bodega, comenzara a pensar distinto. Creí entonces que era un agua mineral, como La Cotorra.

Fue una etapa convulsa, sobre todo porque me dieron unas fiebres inexplicables, y una mañana vi la luz. Es decir, una mañana en que vi la luz de mi habitación encendida, supe que tampoco eras un agua, sino una persona convertida en esperanza, en bálsamo —a pesar de que era más conocido el de Shostakóvitch, ese músico ruso— para los que habían perdido el aliento, e incluso para los que comenzaron a tener el aliento muy feo, cuando se perdió hasta la pasta Perla.

Entre el sarampión y la varicela tuve tiempo suficiente para seguir pensando que eras una marca de leche condensada, y darme cuenta de que mi mundo hacía aguas. Lo peor es que, además de confundido, desaparecieron también plomeros y zapatillas, y empezaron a perseguir a las llaves inglesas igual que a Los Beatles. Así que nadie arreglaría el salidero. Y atontado por las palabras del Milagroso Mayor, crecí hacia adentro, entendiendo mal las cosas.

Un ejemplo típico es que descubrí el verdadero mensaje oculto en su palabra divina, cuando soltó aquello de "Careced y multiplicaos". Y también en la desaparición de Camilo en el mar, y el hombre se botó de guaño poetizando que en el pueblo había muchos como él. Qué tranquilidad sentí al comprobar que mis vecinos se esfumaban también por mar porque eran anónimos Cienfuegos, que llevaban la llama insurrecta a otros lugares del planeta, como Hialeah.

1. Inicio
2. Más tarde...
3. Hasta ese momento...
   
 
EnviarImprimir
 
 
En Esta Sección
Yo sospecho, tú sospechas, él sospecha
ENRISCO, Nueva Jersey
Carta a Guillermo Tell
RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
Carta a Jean Paul Sartre (II)
RFL, Barcelona
Carta a Guillermo Portabales
Carta a Jean Paul Sartre (I)
Retrato del ministro adolescente
ENRISCO, Nueva Jersey
Editoriales
Sociedad
Cultura
Internacional
Deporte
Opinión
Desde
Entrevista
Buscador
Cartas
Convocatorias
Humor
Enlaces
Prensa
Documentos De Consulta
Ediciones
 
Nosotros Contacto Derechos Subir