www.cubaencuentro.com Viernes, 27 de mayo de 2005

 
Parte 1/3
 
Carta a Jean Paul Sartre (I)
por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona
 

Existencial, asombrado y con gafitas Jean Paul Sartre:

Le tengo que confesar dos cosas graves: soy duro de meollo y le cogí tirria. Ya sé que la tirria, como la tiña y la jiña, se quitan con paciencia y planes medicamentosos; pero lo del meollo, aunque se lave, huele, es decir, lleva más tiempo. No se puede dejar el meollo en remojo, y menos si es, como el mío, un meollo rellollo cualquiera rompe un yoyo. Paciencia y un palito, y lo primero lo uso más que lo segundo. No sé si mi lentitud de entendimiento se debe al sol del trópico, o a que somos un pueblo muy alegre.

J. P. Sartre

Ya confesadas esas dos cuestiones, le suelto nueva pareja: la tirria viene del existencialismo, y de una foto suya en que sale con el Existencial Mayor —conocido también en los medios filosóficos como Existencio Ollanueva— en su viaje a mi isla, donde aparece con una boca desmesuradamente abierta, unos labios de papaya madura, carnosos y gruesos —que en viniendo en piel más oscura nombrárase bemba— y un regocijo inexplicable detrás de los cristales gruesos como vidrios del Chase Manhattan Bank.

Era bajito y francés, levemente estrábico y bastante filósofo, cosa que tampoco me cuadraba mucho, porque —me preguntaba por entonces— ¿cómo se pueden observar las leyes de esta vida, las etéreas, abdominales, contradictorias, esas musarañas del pensamiento, con un ojo fijo y otro comiendo de lo que pica el pollo? O como decía aquel policía de mi barrio: un ojo en la carpeta y otro pidiendo carneses.

De manera que llegué a conclusiones erradas sobre usted, partiendo de una foto. Y cuando yo llego a conclusiones erradas soy una bestia, y no hay quien me saque de ese hueco por más bestias que halen. Fíjese si es así que no me cuestioné la tirria, sino que la amamanté cual dulce nodriza primeriza, la cuidé, la mecí, y estuve un cacahual de años pensando que visitó Cuba y se fue a Francia derechito a escribir La náusea, que es la más conocida de sus sobras, donde no reflejaba lo alegre que éramos.

Graso error. ¡Y yo que pensé que era usted profeta, además de filósofo, y que el otro libro inspirado por la visita había sido La remera respetuosa, homenaje al desacuerdo navegable! Sus impresiones las volcó —fue todo un accidente— en una alegre idiotez titulada Huracán sobre el azúcar, que no era, curiosamente, una semblanza de Celia Cruz, ni el estudio pisicológico de los disparates que iría a cometer Existencio con sus ideotas agrónomas para acabar con lo sacaroso insular, sino una especie de premonición sobre lo que nos iba a pasar años más tarde con la verde gramínea, una combinación de entusiasmo con majases de Santa María, mezclado con júbilo stajanovista, idealismo de cartuchera de bejuco y alzadoras soviéticas. Y claro, yo que me doctoré en pisicósis marxista, entendí la raíz cuadrada de aquel testimonio.

Había que partir de su propia experiencia, que en términos filosóficos se denomina existencia. Toda la actividad volitiva que algunos confunden con actividades en la bolita. Usted había sido cautivo de los nazis, cuando les dio por el vino y los quesos e invadieron Francia. Aquella vivencia le traumatizó, aunque la GESTAPO lo soltó rápido, porque en el fondo no era tan bávaro como se creía.

Y más tarde, ya usted se cautivaba solo, con cualquier cosa. Le ponían un líder sin bañarse delante, ponía los ojos en blanco, aguantaba la respiración, y entraba en cautividad —también llamado contubernio— como se entra en trance. Break trance. De ahí la cara de sanaco de las fotos cubanas y su confesión de que no entendía nada. Y eso que nuestra alegría lo desbordó. Qué clase de pueblo alegre somos, cará.

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