www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
   
 
La historia como guía
La herencia dejada por los próceres de la revolución americana no instituye un dogma, sino un método. ¿Por qué lo ignora el llamado Tercer Mundo?
por ROBERTO LOZANO, Miami
 

Raramente se le presenta a una nación la oportunidad de rehacer completamente su Constitución y gobierno de forma tal que ambos contribuyan al avance de la libertad y la prosperidad. Cuando ello ocurre, un análisis exhaustivo del pasado ofrece la forma más práctica de extraer lecciones valiosas que disminuyan el margen de error.
A. Hamilton
Alexander Hamilton.
La Constitución norteamericana y sus resultados representan el arquetipo ideal de lo que puede lograrse cuando esas lecciones son incorporadas a las nuevas estructuras.

Cuando los próceres de la revolución americana se reunieron para dar los toques finales a su diseño constitucional en 1787, aspiraban a construir una república muy diferente a todas las anteriores. Su desafío consistía en diseñar un mecanismo constitucional que fuera lo suficientemente flexible como para adaptarse a un mundo siempre cambiante y que, por tanto, excluyera la necesidad de recurrir a revoluciones periódicas, como había ocurrido en otras sociedades. Intentaban recrear la grandeza de la república romana pero sobre bases más amplias y justas, manteniendo al mismo tiempo la tradición de autogobierno heredada de los vikingos por los ingleses. Para lograrlo usaron la historia como guía, ya que durante su curso se han probado distintos modelos de organización social y se pueden encontrar valiosos indicios sobre las causas de los aciertos y los fracasos de la cosa pública en cada tribu, nación o imperio. Entendían la historia como "lo único infalible de lo humano".

Durante el período de la ratificación, Alexander Hamilton, John Jay y James Madison publicaron, bajo el seudónimo de El Federalista, varios documentos en defensa de la nueva Constitución, subrayando que el espíritu de la libertad ya estaba presente en el legado cultural occidental y que solamente hacía falta rescatarlo y adaptarlo a las nuevas condiciones. Éste debía reflejar las mejores tradiciones de la civilización occidental, sobre todo la supremacía de la libertad individual. Mucho se tomó prestado del resto del mundo: la idea del senado de Roma, la idea de una república federal de la larga tradición alemana. Pero el modelo con un presidente al mando de un gobierno subdividido en varias ramas independientes, y en la cima de una estructura federativa, constituyó una innovación sin precedentes en la historia mundial.

Después de dos siglos del inicio del experimento, no es difícil imaginar cuán menos libre y próspero sería el mundo en su ausencia. Dicho experimento, que comenzó sólo como una idea revolucionaria en las mentes de sus creadores, continúa siendo hoy un faro para el resto del orbe, gracias a la brillantez del diseño que incluyó un sistema de balance de poderes, la aceptación de la imperfección de la naturaleza humana y la aspiración a vivir en libertad como un derecho inalienable. Estados Unidos es lo que es no por el tamaño de su territorio, sino por la grandeza de unos principios fundamentales garantizados por la Constitución, que incluyen las libertades individuales, la división de los poderes del Estado, el respeto de las minorías por la mayoría, el sistema de libre mercado, la libertad de asociación y expresión, la libertad de prensa y la igualdad ante la ley de todos los hombres con independencia de su credo o raza.

Aunque el fascismo y el comunismo buscaron vías alternativas abandonando el capitalismo de libre mercado y desechando la democracia moderna para adoptar el totalitarismo, ambos sólo representaron una ruptura temporal con el movimiento mundial hacia el modelo federalista, cuyo triunfo en el siglo XX demostró definitivamente su superioridad. Su éxito se debe a que no intentó cambiar al hombre, sino que tomó en cuenta su naturaleza imperfecta y le dotó de un complejo sistema de instituciones y principios.

Todo lo anterior lleva a la inevitable pregunta: ¿Por qué se siguen ignorando en muchos países subdesarrollados las lecciones aportadas durante el proceso de gestación del modelo federalista? Cierto que su aplicación demanda ajustes de acuerdo a las condiciones imperantes en cada sociedad —y que se analicen cuidadosamente sus lecciones—, pero sus lineamientos están disponibles en cualquier biblioteca pública. Lo que los próceres de la revolución americana dejaron como herencia no fue un dogma, sino un método.

El método federalista presupone que, para lograr el éxito, una reforma estructural profunda no puede ocurrir en un vacío de reflexión histórica, no puede estar inspirada sólo por la ideología o la voluntad. Por el contrario, debe pedir prestado de las experiencias de otras sociedades, buscando en esos ejemplos la guía que le lleve a lograr sus metas y minimizar sus errores. Y por supuesto que corresponde a cada generación adaptar dicho método a las circunstancias de su tiempo y país.

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