www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
Más capitalismo
¿Es lógico que se culpe a un sistema que no ha terminado de arraigarse en los países pobres, cuando su perfeccionamiento es la única vía para escapar del subdesarrollo?
por ROBERTO LOZANO, Miami
 

La historia del desarrollo económico reciente demuestra que la mayoría de los países pobres no alcanza un ritmo de crecimiento sostenido y sin inflación porque ignoran principios y métodos de validez universal, cuya aplicación exitosa les permitiría acortar la brecha con los países desarrollados en un período relativamente corto.

Revolución socialista
Aniversario 42 del socialismo en Cuba: ¿Retórica de cruzada?

Los expertos en la materia conocen que no existe una receta única para el desarrollo; que los efectos de la terapia reformadora varían de acuerdo a las condiciones específicas de cada país, pero existe una constante, usualmente ignorada, que debería servir de guía estratégica en el programa económico de cada gobierno, y es la de que el nivel de prosperidad está fuertemente relacionado de forma positiva con el grado de libertad económica imperante en la sociedad: toda medida que promueve la libertad económica ayuda a crear prosperidad. Esa debería ser la regla de oro para medir los resultados de las políticas económicas.

A pesar de lo anterior, muchos líderes tercermundistas como Fidel Castro, en Cuba, y Hugo Chávez, en Venezuela, por citar dos ejemplos clásicos, continúan desinformando a sus pueblos mediante una retórica que culpa erradamente al "imperialismo" como causa de la pobreza y la inestabilidad financiera del mundo en desarrollo, mientras que en sus países practican medidas que ahogan las economías.

Año tras año, estos ideólogos de la miseria repiten las mismas teorías sobre la "explotación", el "intercambio desigual" y la dependencia de las potencias capitalistas, pero el fracaso de sus planes económicos demuestra que no logran encontrar una alternativa exitosa y no capitalista para el desarrollo.

Retórica de cruzada o brazos cruzados

La retórica económica anticapitalista, al intentar explicar las causas de la miseria de las naciones, por lo general desvía la atención hacia factores externos de dudosa existencia, sobre los cuales nada puede hacerse, salvo la substitución del sistema, por lo que termina proveyendo una excusa para cruzarse de brazos o para acometer cruzadas antiglobalistas que terminan agudizando los males que trata de combatir.

Dicha retórica, sin embargo, ignora aquellas deficiencias de carácter interno, reales y modificables, que necesitan urgente rectificación: la falta de libertad de empresa, la inmadurez de los mecanismos aplicados para la regulación del mercado, la falta de un marco institucional estable que permita la capitalización del valor acumulado en los activos de propiedad de los pequeños y medianos propietarios, la rampante economía informal y la corrupción.

El récord histórico demuestra, tanto la futilidad de la retórica anticapitalista y sus nefastos resultados para el desarrollo (Cuba, Corea del Norte, la desaparecida Unión Soviética, etc.), como los resultados positivos de la correcta aplicación del modelo de desarrollo capitalista y sus mecanismos de mercado.

Desde Japón, en tiempos de la revolución Meiji y la postguerra, hasta Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán, Singapur, China y la India, en Asia; Bostwana e Israel, en África y el Medio Oriente; Hungría, Polonia y la República Checa, en Europa oriental; Irlanda, Finlandia y España, en Europa occidental; y Chile, en América Latina, todos estos países han copiado de manera exitosa el modelo capitalista, adaptándolo a sus características particulares, y se han movido en la dirección de una mayor libertad económica, contribuyendo a sacar de la pobreza a miles de millones de seres humanos.

Lamentablemente, todavía existe mucha resistencia anticapitalista basada más en la demagogia populista que en la evaluación correcta de los mecanismos económicos y en la comprensión de su factor fundamental: la naturaleza del hombre. Cuando las élites gobernantes de los países empobrecidos no hacen lo suficiente por desmantelar los rasgos feudales y mercantilistas que todavía persisten en sus propias sociedades, o cuando ilógicamente revierten el proceso de modernización de las mismas, contribuyen en gran medida a perpetuar los rezagos sociales e institucionales que bloquean la conclusión del parto capitalista, e irónicamente terminan convirtiéndose ellas mismas en los principales agentes perpetuadores de la miseria.

¿Es lógico entonces que se siga culpando a un capitalismo que no ha terminado de arraigarse en esas latitudes, cuando su perfeccionamiento es la única vía para escapar del subdesarrollo?

Lo que los países pobres necesitan para salir de la miseria es más capitalismo, pero un capitalismo con verdadera libertad de empresa, donde funcionen los múltiples mecanismos de ajuste automáticos del sistema mediante la competencia; políticas monetarias adecuadas, que reflejen la realidad económica y eviten la inflación; mercados libres para que los precios reflejen los verdaderos costos con un mínimo de distorsión; y leyes que aseguren que todo el mundo por igual tenga derecho al fruto de su trabajo mediante el respeto al derecho a la propiedad, verdadera fuente de todos los derechos individuales y de toda prosperidad.

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