Los puristas me acusarán de exagerado cuando diga que Miami no es más que una factoría castrista. Pero esa es precisamente la impresión que tengo; y por esa razón protesto cada vez que veo aparejados, en la misma cláusula o en el mismo ejemplo, a los cimarrones del sur de la Florida con los mayorales que los explotan desde Jaimanitas. Me parece demasiado obvio; no hace falta ser un filósofo para darse cuenta. Sin embargo, son los filósofos quienes más disfrutan —y los que más se benefician— con la comparación. Quedan bien con dios y con el diablo, y de paso adquieren ante los ojos de sus colegas el galardón político de "justos y balanceados", que tampoco luce mal a la hora de pedir trabajos o préstamos en las academias cundidas de fidelistas.
|
Cubano recién llegado a Miami. |
|
|
No debería extrañarnos que el término que designara un establecimiento comercial situado en una colonia vuelva a servirnos de referencia. La factoría es una invención española: la trajeron los ibéricos a nuestras costas para garantizar el rendimiento de las provincias ultramarinas. Factoría fue San Agustín, como factorías son Union City y Hialeah. A veces creo que no han cambiado de dueño.
Factoría es también como se llama ahora a un "sweat shop", el taller donde sudas delante de la máquina por unos míseros dólares, que el más miserable holgazán rechazaría en Connecticut o en Los Ángeles. La famosa presentadora Kathy Lee Gifford tenía una de estas fábricas en Honduras y tuvo que cerrarla porque los justos no soportaban saber que sus tías llevaban blúmers confeccionados por indios mal pagados y sin seguro médico.
Claro, que esos mismos justos no sienten remordimientos en fumarse un Cohíba o en silbar con Buena Vista, aunque tampoco los tabaqueros ni los músicos cubanos tengan derechos y sirvan en el "sweat shop" autorizado en que se ha convertido Cuba. Pero esa es harina de otro costal: Ray Cooder implementó exitosamente la fórmula "Esclavismo más Electricidad", que parece estarle dando fabulosos resultados, y todos lo siguen. Un bolero no es un blúmer, me dirán. Y ¿a quién se le ocurriría comparar a Cooder con Kathy Lee?
Pero de lo que se trata en este artículo es de demostrar que Miami, a donde nos dijeron que se venía a comer jamón, en realidad, no lo es. No es jamón, quiero decir. A los primeros emigrados se les dijo que allí encontrarían esa sustancia milagrosa, ese maná cubano. No dudo que hayan sido los compañeros del Departamento de Desorientación Ideológica quienes echaron a rodar la especie: con la idealización gastronómica del exilio no ganaba nadie más que los castristas. |