www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
  Parte 1/2
 
Los hispanos en EE UU, los cubanos y los errores de Huntington
por CARLOS ALBERTO MONTANER, Madrid
 

Conocí a Samuel Huntington —un notable pensador norteamericano— hace unos cuatro años, en su momento de mayor prestigio intelectual, durante un seminario organizado en Harvard por Larry Harrison para discutir las relaciones entre los valores y el desarrollo. Como consecuencia de aquel extraordinario evento se publicó un libro, Culture Matters, al que Huntington le escribió uno de los dos prólogos, y en el que a mí me tocó la tarea de reflexionar sobre la responsabilidad de las élites en el fracaso material de América Latina. La obra tiene unas cuantas ediciones en varias lenguas y se usa como lectura obligatoria o recomendada en diversas universidades del planeta.

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Volví a ver recientemente a Huntington en Tufts University, precisamente para continuar las indagaciones en torno al mismo tema, pero me pareció advertir que el profético y polémico autor de Choque de civilizaciones se encontraba algo apesadumbrado. ¿Por qué? Por la publicación de un discutible y discutido ensayo titulado El reto hispano, aparecido en una prestigiosa revista norteamericana, texto que le ha granjeado toda clase de ataques, algunos de ellos notablemente injustos.

Lo que ha escrito Huntington

En definitiva, ¿qué ha escrito Samuel Huntington que tanto ha irritado a los analistas? El profesor de Harvard piensa que Estados Unidos no podrá asimilar la enorme masa de inmigrantes hispanos que día a día se instala en el país. Le preocupan, fundamentalmente, los de origen mexicano. Le parecen muchos —serán 100 millones en el 2050—, demasiado cercanos a su país de origen —lo que provoca que nunca corten del todo los lazos—, y poco interesados en "americanizarse". No aprenden inglés eficientemente, reconstruyen sus pobres modos de vida originales y no se adaptan a los viejos valores de los míticos "white anglo-saxon protestants", los WASP que, aparentemente, han moldeado la cultura norteamericana desde la llegada del Mayflower.

Huntington, teme, además, que la enorme franja hispana del suroeste norteamericano genere un país bilingüe y bicultural, como Québec en Canadá, más pobre, menos comprometido con la ética de trabajo y con escasa preocupación por los estudios: una enorme minoría que debilite los fundamentos de la sociedad estadounidense al punto en que, en el futuro, se pueda producir una ruptura y los hispanos sientan un mayor grado de lealtad con el México de donde provienen que con los Estados Unidos que los han acogido.

Lo políticamente correcto es acusar a Huntington de racista y xenófobo, pero eso sería demasiado fácil. La verdad es que los grupos dominantes en todas las sociedades del planeta perciben a los inmigrantes con una mezcla de miedo y rechazo. En España, donde vivo, existe un auténtico horror a los marroquíes, incluso antes de los atentados del 11 de marzo. En Francia "el problema" son los argelinos; en Puerto Rico, los dominicanos; en Argentina, los bolivianos; en Italia, los albaneses, y así hasta el infinito.

En Cuba, en los años treinta del siglo XX, miles de negros caribeños fueron obligados a abandonar el país bajo la amenaza de las ametralladoras del ejército, sin que una sola voz compasiva se alzara en su defensa. Fue un episodio terrible, pero menos sangriento que la matanza de haitianos desatada por el dictador Trujillo en aquellos años en los que al genocidio todavía no se le llamaba "limpieza étnica".

Tampoco es justo rechazar sus hipótesis sin examinarlas. Parece razonable pensar que un país monolingüe y monocultural sufre menos tensiones internas. El discurso del multiculturalismo es muy hermoso y está lleno de buenas intenciones, pero olvida que en el bicho humano existe un componente irracional, vestigio de su viejo cerebro de reptil, que lo conduce fácilmente a la agresión contra la criatura que percibe como distinta por razones raciales, lingüísticas, religiosas o ideológicas. Es cierto que ahí está el excepcional milagro suizo para demostrar que es posible la convivencia armónica de pueblos diversos, pero en las naciones hechas de retazos, como España, Bélgica o Canadá, cada cierto tiempo se escuchan algunos peligrosos crujidos y se enrarece la convivencia.

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