www.cubaencuentro.com Lunes, 19 de julio de 2004

 
  Parte 1/3
 
El fracaso del guerrillero eterno
Gutiérrez Menoyo: ¿Juego político o jugar a ser político?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

Cuando se pueda relatar, con distancia y justicia, el proceso de la revolución cubana, de alguna forma será necesario describir las trayectorias paralelas y entrecruzadas de Fidel Castro y Eloy Gutiérrez Menoyo. Quizá un capítulo, es posible que basten algunos párrafos —aún no hay quien logre definir el alcance—, deberá caracterizar dos formas de entender la ejecución política y el apego a la lucha por cambiar un país donde las ambiciones personales, el protagonismo y la honestidad —o su ausencia— se mezclan en una larga historia de triunfos y fracasos.

G. Menoyo
Gutiérrez Menoyo, líder de 'Cambio Cubano'.

En esta recopilación posible, a Menoyo siempre le ha tocado la peor parte. Esquemáticamente podría intentarse como un "tema del traidor y del héroe" en una sala de espejos, donde casi de inmediato Castro pierde su imagen de héroe y ocupa el puesto de traidor, mientras Menoyo va saltando de uno a otro extremo y continúa infatigable, sin temor al riesgo de la caída.

Negarle a Menoyo esta historia de cambios es la injusticia mayor que con él comete buena parte del exilio. Su regreso a Cuba es la justificación de las peores sospechas. Los años de cárcel, los golpes y los maltratos no se mencionan. Se rechaza por principio la posibilidad de que esté equivocado. Al tiempo que se minimiza su impacto político, se agigantan sus defectos.

Bajo este punto de vista, todo lo ha hecho mal el hombre que se anticipó a volver del destierro, por miedo de no llegar a tiempo. Castro es el triunfador, Menoyo el perdedor. Uno, el guerrillero que ha sacado provecho de todas las oportunidades; otro, el despilfarrador de ocasiones. Astucia en el primero, torpeza en el segundo. Cualquier interpretación que se aparte de este molde, queda desechada de inmediato.

Virtudes que se le reconocen a cualquiera con un historial semejante —dedicación, evolución política, respaldo a la lucha pacífica, desprendimiento— quedan a un lado. Enemigos por todas partes, que superan sus diferencias ideológicas en el rechazo a un hombre que ha ganado poco y perdido mucho, para ser odiado tan profundamente. Menoyo —en fin— aparece como un mal conspirador, y lo peor es que muchas veces parece conspirar contra él mismo.

Reproches justos y ataques personales

Bajo esa óptica, la actuación de Menoyo se limita a hacerle el juego a Castro. Sus palabras en contra del "comportamiento autoritario e inmovilista", durante la III Conferencia La Nación y La Emigración —celebrada en La Habana en mayo de este año— forman parte de un libreto.

Si luego critica a los disidentes, en los días de celebración del XXXVI Congreso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), no hace más que demostrar su entreguismo a La Habana. Su rechazo al embargo repite la postura del régimen. Declararse en favor del aspirante a la presidencia norteamericana por el Partido Demócrata, John Kerry, una prueba más de su alianza con el ala más izquierdista norteamericana y con quienes cerraron los ojos ante el genocidio comunista en Vietnam y otros países asiáticos. Si permanece en la Isla, ahí está la confirmación de que cuenta con el beneplácito de las autoridades.

Tales acusaciones, desde Miami, mezclan los reproches justos con los ataques personales; las críticas válidas con la retórica de esquina; la intransigencia política —entendida como el rechazo irracional al punto de vista de otro— con el necesario debate de ideas y estrategias.

Hay más elementos a tomar en consideración que el simple ataque a Menoyo por su deseo de permanecer en Cuba —bajo la forma de un limbo legal de baja intensidad política— y el apoyo a lo que no constituye un desafío a Castro, sino más bien una visión demasiado optimista de la posibilidad de abrir un espacio para la "oposición independiente" dentro de la Isla.

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