www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 1/2
 
Cuarentones
Vencida por el tiempo y las promesas, tras entregarlo todo, la generación nacida en los años sesenta carga en sus espaldas el fracaso socialista.
por IRAIDA CONCEPCIóN URRUTIA, La Habana
 

La generación nacida en los sesenta cumplió, o está por cumplir, cuarenta años. En Cuba, esas cuatro décadas han definido circunstancias muy diferentes a las del resto del mundo para la fuerza técnica calificada. Los cuarentones de hoy se espantan al mirar atrás y recordar con qué promesas comenzaron su vida, y tienen terror de comparar lo que esperaron tener con lo que tienen. Diríase que han sido cuatro décadas en que la opción individual de cientos de miles ha sido una carrera desatinada hacia ninguna parte, azuzados por himnos y consignas que cada vez suenan más cascados, más obsoletos.

Manifestacion
Cuba, ¿la espera interminable?

Desde la infancia del cuarentón de hoy, cuando vestía su almidonado uniforme de pionero y aprendía a jurar que sería como el Che, todos lo convencieron de que el futuro sería indefectiblemente luminoso. Las estrecheces de los hogares cubanos eran compensadas con la fe en ese futuro mejor.

No importaban los apagones, las movilizaciones cañeras, los zapatos plásticos, el gofio como sustento infantil, si el país era una inmensa obra en construcción donde a toda hora sonaban las concreteras y los martillos, y que se iba llenando de escuelas, hospitales y viviendas. Hechos en serie, es cierto, pero que anticipaban el supuesto bienestar del futuro.

No importó tampoco que rusos, búlgaros y checos se metieran en todo y modificaran en un periquete las más criollas tradiciones de trabajo, pues a cambio inundaban el país de petróleo y tractores, camiones y ladas, pomitos de compota y películas de guerra, chícharos y maquinaria pesada con la que se construiría la industria del futuro.

Luego, y a pesar de la "hostilidad del imperialismo", casi todos los cuarentones de hoy fueron llevados por sus padres a aquellas famosas Vueltas a Cuba, donde podían hospedarse en los mejores hoteles del país; mientras los más afortunados daban la vuelta aún más lejos, en las "giras por los países socialistas", donde el futuro parecía brillar en todo su esplendor.

La inocencia de los cuarentones de hoy se fue perdiendo en las becas donde se libraban sórdidas batallas nocturnas y los profesores tenían odaliscas particulares. Era el tiempo de otros sacrificios: inventar un pantalón campana con tela de saco de harina, esconderse para oír la música favorita en emisoras enemigas, sobrevivir con la asquerosa pitanza servida en bandejas de aluminio, la lucha por conservar unos centímetros más de pelo, la primera afeitada con la cuchilla Gillette que le mandaron a alguien, pegada en una postal desde el país enemigo.

Detrás de las cuchillas, un buen día vino "la comunidad". Hubo que sonreírle a señoras teñidas de rubio, fragantes y sonrosadas, que se asombraban de lo grandes que estaban los muchachos, y regalaban productos de la maldita sociedad de consumo, donde, al parecer, nadie tenía que sacrificarse tanto para asegurarse un futuro luminoso. Pero lo mejor era no pensar en cuestiones metafísicas: llegaba el momento de escoger con qué carrera cada adolescente iba a construir el futuro. Sonaba la hora de estudiar en la universidad.

Los cuarentones de hoy se vieron, de pronto, instalados en Novosibirsk o en Vladivostok, en Bakú, Tashkent o Tbilisi, estudiando especialidades con nombres insospechados en el pequeño país caribeño: Física Nuclear, Electrónica aplicada a la computación, SAD-PT y así por el estilo.

Predominaban las carreras técnicas, pues todos querían ser ingenieros o científicos para hacer que el futuro llegara más rápido. Mientras, los cuarentones de hoy que se quedaron, invadían también frenéticamente las escuelas de ingeniería y sólo unos pocos, desafiando la oleada tecnicista, hacían unos tímidos estudios sociales.

El que no iba a ser médico o ingeniero, tenía el sagrado deber de meterse en el Destacamento Pedagógico, con vocación o sin ella. ¿No era acaso lo que necesitaba la patria? Las nuevas generaciones hervían de entusiasmo, pues con una juventud casi totalmente profesional no habría país que compitiera con éste.

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