www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 2/2
 
La borra del café
El que a hierro mata, no suele morir a sombrerazos. Las dos caras de la violencia en Cuba.
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Ni los jerarcas del régimen ni sus protegidos conocen, más que a través de informes mediocres o frías anécdotas, los niveles de violencia que hoy se registran, barrio adentro, en zonas de La Lisa, Marianao, Habana del Este, San Miguel del Padrón, Arroyo Naranjo, Cerro o Playa, por sólo mencionar unos pocos en la capital del país.

Tampoco parece preocuparles demasiado (será porque no lo sufren en sus huesos ni en los de sus familiares), el tutiplén de puñaladas, machetazos, asaltos, suicidios, borracheras belicosas, ataques y contraataques de revancha, broncas tumultuosas, golpizas a mujeres por parte de maridos machistas y otras pintorescas lindezas con que manifiesta su amargura la borra del café.

Y es que lo peculiar de este fenómeno de la violencia desorganizada radica en el hecho de que aquellos que la practican son a un tiempo victimarios y únicas víctimas. Su rasgo de identidad nos revela: vivir en el barrio es ser carne de cañón. Son ostras sin perla, que perecen atrapadas en su doble concha.

Se trata de un tipo de violencia que ha nacido y muere en el extrarradio, como si les tocara por la libreta, derecho inalienable del pueblo. Jamás se ha visto reflejada en la Plaza de la Revolución, no aflora en los predios del turismo para extranjeros y no se siente ni padece en los repartos exclusivos de la high life habanera.

El peligro de la cafetera

Hay quienes afirman que esta "nueva" desgracia es un resultado directo de la crisis en que se sumergió la economía de la Isla a partir de los años noventa. Se habla del presunto empobrecimiento sufrido entonces por grandes sectores de la sociedad cubana; se mencionan diferencias sociales y deterioros en la moral, vinculándolos siempre, peregrina, sospechosamente, con la época y repercusiones del derrumbe del campo socialista europeo.

No es esa toda la verdad. Y aún menos lo es en la medida en que se esgrime como justificación, como coartada, o como añoranza por algo a lo que (ingenuamente, supongámoslo así) llaman "la utopía".

Por encima de las indiscutibles calamidades que contrajo para el país la crisis económica de los noventa, lo cierto es que las bases de este nuevo reventón violento hay que reconocerlas, ante todo, en la violencia organizada en medio de la cual nacieron y/o crecieron varias generaciones de cubanos a lo largo de las últimas cuatro décadas. El que a hierro mata, no suele morir a sombrerazos.

Eso, por no hablar de diferencias sociales y del deterioro moral, que siempre han existido aquí, en línea ascendente. La novedad es que antes cohabitaban sólo dos clases: la de los bueyes y la de sus dueños. Y ahora se ha sumado una tercera, la de quienes arrean a los bueyes con el visto bueno de sus dueños, es decir, la clase de los pícaros, los aprovechados, los trepadores, los ricos que únicamente pueden ser ricos en este emporio de la indigencia.

Nuestra pobreza no es nueva ni circunstancial. Si acaso, estaba apenas disimulada antes de los años noventa por el subsidio de la Unión Soviética. Y ello no constituye secreto para nadie, pues así se mantuvo durante decenios en los que la productividad y eficiencia económica del país resultaron inferiores aún a las de estos días.

Por lo demás, la borra del café no se amarga porque vuelvan a apretujarla. Es amarga por su propia condición, desde la primera colada. Lo que sí sucede es que mediante el abuso de los apretujones, pasa de amarga a nociva, tendiente a reventar la cafetera.

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