www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
   
 
¿Esta es tu casa?
El eterno problema de la vivienda: De la rebaja de alquileres de 1959 al monopolio estatal sobre la construcción y distribución.
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana
 

Probablemente casi nadie se acuerde de la alegría con que la mayoría de los cubanos recibieron la noticia de la rebaja de los alquileres de las viviendas, decretada a principios de 1959 por el recién estrenado gobierno revolucionario. La muy popular medida estaba encaminada a aliviar la carga pecuniaria de los inquilinos y garantizar el acceso de amplios sectores de la población a una vivienda decorosa.

Desalojo
Manifestación tras un desalojo en una casa del Diezmero, en La Habana.

Parecía que comenzaba a cumplirse, también en tan sensible tema, lo prometido por el líder de la revolución en su alegato de defensa del juicio por el asalto al Cuartel Moncada en 1953, conocido como La Historia me absolverá, en el que aseguró que en Cuba sobraban piedra y brazos para que cada familia tuviera una vivienda decorosa.

El entusiasmo despertado por la naciente revolución y medidas como esta motivaron la acuñación de unas pequeñas placas metálicas de color rojinegro (alegóricos a la bandera del Movimiento 26 de julio) con la inscripción: "Fidel, esta es tu casa", que fueron colocadas en las puertas de entrada de muchos hogares cubanos. Obviamente el pequeño adorno reflejaba el ánimo generalizado de ver al máximo líder como parte de la familia; pero el agraciado interpretó la deferencia en sentido recto y, según sus muy particulares intereses, se convirtió de hecho, y en poco tiempo, en propietario efectivo de cada palacete, mansión, casa, apartamento, accesoria, habitación independiente, bohío, choza o covacha asentada a todo lo largo de nuestro húmedo y caluroso archipiélago.

El caso es que, siempre con el objetivo de afectar por despojo a los explotadores inmobiliarios, fueron sacados del juego por igual los grandes, medianos y pequeños "casatenientes" para poner en manos del Estado la responsabilidad total de dotar y proveer este bien tan importante y decisivo para la calidad de la vida y las armonías familiar y social.

Así, en un macabro y traumático enroque de controles y hegemonías, la sociedad perdió toda posibilidad de aportar al crecimiento del fondo habitacional y, por consiguiente, al enfrentamiento de un problema capital para cualquier nación, independientemente de su nivel de desarrollo. Los ciudadanos —usufructuarios o nominales propietarios— perdieron toda posibilidad de disponer libremente de su vivienda.

A partir de entonces no habrían más desahucios (desalojos forzosos por falta de pago), aunque sí eventuales decomisos por interés económico o político del gobierno. También es imposible lograr por vía independiente y legal acceso a una vivienda. El que obtenga una casa es porque "se la dio la revolución". Incluso, los pocos cubanos que gozan del privilegio de la total solvencia e independencia económica deben recibir del Estado tan preciado bien; es "normal" que las autoridades "entreguen" (en realidad, vendan) una vivienda a un encumbrado deportista o a un artista de fama mundial. Si el gobierno debe proveer viviendas a los que con su actividad cotidiana generan considerables beneficios financieros, es explicable que muchos ciudadanos simples sean víctimas del ya endémico desamparo habitacional.

La mar de prohibiciones

Ni siquiera la construcción por medios propios es una opción salvadora y generalizable, porque, aunque legalmente posible, es económicamente inviable para la inmensa mayoría de la población a causa del altísimo costo del empeño y el bajísimo poder adquisitivo del cubano común.

El monopolio estatal generó la creación de una tupida burocracia encargada de mantener los férreos controles a través de esa urdimbre de trámites y regulaciones, que junto a altos niveles de corrupción hacen más inalcanzable la solución de los problemas.

La ley regula la cantidad de viviendas que una persona puede poseer (dos, sólo una en la ciudad) y heredar. De hecho, aun para los propietarios, la compraventa de inmuebles es una transacción prohibida. Otros contratos como la donación y la permuta —que pueden enmascarar la venta— están sometidos a estrictos controles y restricciones, sin contar que las personas que deciden establecer residencia permanente en otro país, junto con el destierro son premiados con el despojo automático de sus residencias. Los ciudadanos que en los últimos años han recibido la autorización oficial para rentar habitaciones a turistas extranjeros son víctimas de astronómicos impuestos confiscatorios.

No sólo la posesión y la disponibilidad, sino la convivencia, es meticulosamente regulada. Para residir legalmente en una vivienda, aun con el consentimiento del propietario, hay que registrarse en un control vecinal de naturaleza parapolicial. Según esta reglamentación, hay muchas personas viviendo "ilegalmente" en su casa materna. La ley establece cuántos metros cuadrados necesita cada nuevo conviviente para oficializar la permanencia, espacio vital que no se cumple ni remotamente en las viviendas construidas por el Estado.

Un amigo europeo llegó a un enclave industrial del interior del país siguiendo la pista a las viviendas que un sindicato de su país había ayudado a construir con un fuerte financiamiento y profundo espíritu solidario. El visitante fue sorprendido por el testimonio de los beneficiados, que le aseguraron que para obtener y mantener el derecho a las mencionadas casas es necesario demostrar fidelidad política al gobierno y laboral a la empresa.

Una casa y varias generaciones

El desolador cuadro motiva la grave secuela de hacinamiento, promiscuidad y el consiguiente desquiciamiento de la convivencia y la estabilidad familiar. En muchos hogares cubanos coinciden hasta cinco generaciones compartiendo penurias y estrechez.

Las víctimas de la estrechez, las penurias, el deterioro y las restricciones son, sin embargo, los privilegiados de esta historia, porque al menos tienen un techo. Aun con el bajo índice de natalidad de los últimos años —los cubanos en edad fértil son fácilmente disuadidos de tener descendencia por la realidad socioeconómica y lo piensan mucho antes de traer otro ser al mundo— y el significativo éxodo de personas jóvenes que padecemos, hay un creciente número de cubanos sin hogar.

La muy pobre capacidad constructiva del Estado, ese monopolio sobre la construcción y distribución de las viviendas, que ha limitado en extremo la participación de la sociedad e incluso de los poderes locales en este importante renglón, unido al número —bien oculto pero creciente— de derrumbes parciales o totales y a la afectación que los huracanes de los últimos años han ocasionado en varias regiones del país, son la causa acumulativa del deterioro generalizado del fondo habitacional y el creciente déficit de viviendas que cunde por todo el país.

Las capacidades de albergue temporal —para muchos núcleos de familias eternizado— se han agotado. Incluso las posadas —los populares moteles que sirven de espacio tradicional a los eventuales encuentros amorosos— han sido ocupadas por muchas familias que de momento carecen de viviendas y esperanzas.

Para colmo de males, como parte del ya habitual proceso de otorgamiento a los extranjeros de espacios, privilegios y potestades que sistemáticamente se niegan a los cubanos, el gobierno ha impulsado en los últimos años una serie de inversiones destinadas a construir viviendas confortables y lujosas, a las que los nacionales no tienen acceso, en una especie de apartheidinmobiliario que desconoce un derecho y hiere muchas sensibilidades.

A lo largo de más de cuatro décadas, el problema de la vivienda se ha hecho más grande y profundo. Pero ahora no basta con una simple rebaja de tarifas para enfrentarlo, porque ni siquiera las personas que cuentan con recursos económicos tienen la posibilidad legal de rentar un lugar para vivir.

Como hace cincuenta años, existen hoy en Cuba suficiente piedra y brazos para enfrentar la agobiante necesidad de viviendas, lo que falta es la voluntad política de las autoridades para poner los intereses de la sociedad y las necesidades de sus ciudadanos por encima de sus afanes de control total, y abrir los caminos a la solución gradual, pero definitiva, de una crisis de honda repercusión económica y humana.

Por lo pronto, ya no se ven en las puertas de los hogares cubanos las vetustas placas con la inscripción "Fidel, esta es tu casa". ¿Será que lo que se sabe no se comenta?

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