Es obvio que el discurso oficial de La Habana va por un lado y la realidad por otro. Mientras sube el tono que proclama la independencia y la soberanía a plenitud, media docena de anglosajones, dueños de una estrategia magistral, potencian la subversión a gran escala.
Se permitió la invasión para cercarlos en el terreno, pero a seis años de su desembarco es bien delimitada la frontera entre vencedores y vencidos.
El acto persecutorio contra los intrusos raya en el delirio. Nada de tiros o ajusticiamientos masivos, sino caricias y suspiros. Masaje a dos manos. Entrega total.
La tecnología utilizada tiene poco que ver con el Complejo Militar Industrial —con impecables experiencias en el campo misilístico— y sus arsenales con capacidad para borrar del mapa a los atrevidos que presentan batalla.
Continúa primando el color verde asociado a la indumentaria castrense, sólo que esta vez apuesta por la interpretación cromática, donde la esperanza desempeña un valor fundamental.
¿Cuántas veces Washington nos ha rescatado del ayuno involuntario y Lincoln, con su mirada circunspecta, ha sido testigo de reverencias que dejan atrás a los santos de la iconografía cristiana?
En vida ambos jamás pensaron que desde la parte frontal de un papel escribirían páginas de gloria, tanto en la esfera ideológico-militar como en el terreno de la psiquiatría. Son antidepresivos de calidad superior.
Ciertos comunistas autóctonos los odian en público y los adoran en privado, en un romance siempre renovado e íntimo. Es la derrota sin armisticio fraguada en el silencio de las transacciones que descorren el velo del oportunismo y ponen al descubierto la amoralidad y la corrupción. |