www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
  Parte 3/3
 
Una batalla contra los demonios
Confluencias entre música y cine en el panorama artístico de la década del setenta.
por ARSENIO RODRíGUEZ, Barcelona
 

El tratamiento del documental en esta época tuvo una peculiaridad en cuanto a los monográficos dedicados a músicos, ya que se salió del ámbito nacional en la elección de los artistas. En esta etapa, el rock en inglés y español estaba censurado en Cuba. Sin embargo, en sus inicios como cineasta Juan Carlos Tabío dedicó un documental a Miriam Makeba (1973), considerada una de las primeras cantantes africanas que asimiló el rock en inglés.

Posteriormente, Tabío realizó otros dos documentales: uno sobre la dominicana Sonia Silvestre (1975), y otro cuyo protagonista fue el cantautor español Joan Manuel Serrat (1976). El cineasta Rogelio París dedicó uno a la cantante argentina Mercedes Sosa (1974), y José Padrón al también argentino Daniel Viglietti (1978), además del titulado Leo-Irakere (1979), acerca de un encuentro trascendental entre Leo Brower y el grupo Irakere.

Los ritmos clásicos y tradicionales tuvieron en esta década un apoyo significativo por parte de los documentalistas. Así se puede ver un notable catálogo de acercamientos a nuestros ritmos. Oscar Valdés se arrimó con El danzón y La rumba, mientras que Constante Diego lo hizo con Las parrandas; Santiago Villafuerte hizo lo suyo con La Tumba Francesa y Barbarito Diez. En tanto, Luis Felipe Bernaza realizó Ignacio Piñeiro y Octavio Cortazar trabajó la música campesina en la obra Hablando del punto cubano.

Héctor Veitía, el más prolífico de esta época en aproximaciones a temas musicales criollos, fue autor de los documentales La conga, Tonadas trinitarias y Habla Carpentier sobre la música popular en Cuba. En este último se puede ver a un Carpentier que diserta ampliamente acerca del desarrollo de la música cubana desde sus orígenes, avalado por las investigaciones efectuadas para su libro La música en Cuba, que —a pesar de que hoy se le reconozcan varios errores— sigue teniendo marcada trascendencia dentro de la musicología nacional.

Otro documental de esta época, muy destacable y bien logrado, fue Simparelé (1974). Con dirección, guión y narración de Humberto Solás, en esta obra se mezclan la música, el canto, la poesía, el teatro y la danza, para narrar las luchas del pueblo haitiano desde finales del siglo XVIII hasta el presente. Fue muy acertado que Solás llamara nada menos que a la excelente cantante Martha Jean Claude para respaldar su proyecto, junto a aficionados y bailarines de la Unión de Haitianos Residentes en Cuba. Ese mismo año, Simparelé recibió el primer premio Concha de Oro en el XXII Festival Internacional de Cine de San Sebastián.

A pesar de que hubo buenas colaboraciones entre músicos y cineastas fuera del territorio del GES, no quedan dudas de que el método de trabajo, la disciplina y la confluencia de ideas dieron al cine cubano de los setenta un espíritu creador, avalado por temas trascendentes que han marcado buena parte del cine latinoamericano y español de los últimos treinta años, gracias a la fusión de la música tradicional cubana con la naciente música electrónica.

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