Tras su fugaz paso por el Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami (FITH), donde sólo se pudo ver una vez, Teatro Avante acaba de ofrecer una corta temporada de su más reciente producción: El vuelo del Quijote, con texto de Raquel Carrió y Lilliam Vega y puesta en escena de la segunda. En noviembre, el grupo viajará con el montaje a París, donde se presentará dentro del programa del Festival Don Quijote.

Escena de 'El vuelo del Quijote'.

En las notas que aparecían en el programa del FITH, se define a El vuelo del Quijote como "un juego de invención, segunda parte de una trilogía en la que la feria o el tablado permiten la representación de juegos y maravillas para niños, jóvenes y adultos". Pienso que es una buena clave de acceso a este espectáculo, que no pretende ser una adaptación de la célebre novela de Miguel de Cervantes, sino que se inspira en ella para crear una obra con entidad propia.

Del mismo modo que en el texto cervantino hay la novela dentro de la novela, aquí se parte de un recurso tan propio como el del teatro dentro del teatro, gracias al cual los personajes pasan de un espacio utópico como las páginas del libro, a otro como el ámbito escénico, que no lo es menos.

La obra comienza precisamente por donde termina la novela: Don Quijote, recuperada ya su personalidad original de Alonso Quijano, ha retornado de sus andanzas y está a punto de morir. El ama y el cura lamentan su estado y recuerdan brevemente algunas de las locuras que protagonizó, suministrando así al espectador unos mínimos antecedentes de la historia.

Se incorporan además algunos detalles que hubieran complacido al mismísimo Cervantes, como la escena en la cual el cura lee un fragmento de la primera parte del Quijote. Como la demencia del pobre hidalgo se debe al encantamiento de un hechicero, el clérigo propone hacer algo para salvarlo, y se le ocurre la idea de escenificar sus aventuras a manera de exorcismo. El ama, a quien Alonso Quijano ha confundido con Sancho Panza, pasa a asumir precisamente el papel del fiel escudero. Y es así como caballero andante y escudero se lanzan de nuevo al camino.

Asistimos entonces a varios episodios que se inspiran en otros del libro y que toman de ellos su esencia y su sentido. En uno, Don Quijote trata de hacer entrar en razones a un labrador que está zurrando a su sobrino. En otro, él y Sancho liberan a un mozo que dice ser un artista ambulante ("un cantautor"), y que resulta ser un embaucador, aunque muy simpático. Hay otro en el cual Don Quijote asiste como espectador a una función de títeres y que, presa de un repentino arrebato, la emprende a mandobles contra los muñecos. Y está, cómo no, el de la batalla contra los molinos de viento, resuelto por la directora con tanta imaginación como economía.

A esas escenas que recrean con cierta libertad otras pertenecientes al libro de Cervantes, las autoras han añadido una propia. Al inicio de la obra, el ama rechaza el término de ínsula, pues según ella ésta es una isla rodeada de agua por todas partes. Como no se puede pretender gobernar una ínsula si no se conoce el mar, Don Quijote propone a Sancho una aventura que los lleva al fondo del mar. De su gobierno, el escudero regresa, sin embargo, "más rápido que inmediatamente". Como le explica a su amo, la tal ínsula está encantada: todos sus habitantes "están flacos y con un hambre del carajo"; ven por todas partes enemigos de los que él no logró descubrir ni la sombra; y se preparan para la guerra con un país vecino. De manera que decidió que no estaba preparado para gobernar unas gentes que padecen semejante locura. Con lo cual prueba su sensatez y su sentido común.