www.cubaencuentro.com Lunes, 22 de septiembre de 2003

 
   
 
Los beneficios de un boicot
Alemania suspende su participación en la Feria del Libro de La Habana. ¿Se perjudica a Castro o a los lectores cubanos?
por JOSé ANíBAL CAMPOS, Madrid
 

Quien nunca ha visitado la Feria del Libro de La Habana no puede sospechar lo que ese evento significa en un país cuya población es sometida a diario al bombardeo ideológico de una prensa servil, y donde el contenido de los escasos títulos que se publican cada año es celosamente vigilado por los inextricables mecanismos de censura del gobierno cubano en el ámbito de la cultura.

La Cabaña
Libros en La Cabaña, ¿prisión o respiro?

La masividad con que cada febrero el público acude a la vieja fortaleza de La Cabaña, sede de la feria, con la esperanza de poder comprar o "conseguir" (ese eufemismo en que la dura vida cotidiana en Cuba ha convertido al verbo "robar") algún libro, puede ser ejemplar, incluso, para algunos países desarrollados.

Tres años trabajé como ayudante en el stand de Alemania, y puedo afirmar con absoluta responsabilidad que no son pocos los jóvenes escritores cubanos formados literariamente, gracias a los libros de Grass, Enzensberger o Bernhard "conseguidos" en esas muestras alemanas. En ellas se actualiza el germanista, alguna biblioteca especializada sale enriquecida con algún nuevo —y siempre escaso— diccionario, y hasta algún joven interesado en el destino de los dinosaurios termina premiado con alguna edición sobre el tema.

Hasta donde se sabe, en la próxima feria de 2004, en la que Alemania sería país invitado de honor, estaba prevista la publicación de varios libros engavetados durante años: una novela de Uwe Timm, otra de Hans Christoph Buch, una antología de poesía alemana de posguerra (la primera publicada en Cuba), una antología de poemas de Heinrich Heine, traducida por uno de los más prestigiosos germanistas cubanos, y un libro de ensayos del mismo autor sobre la recepción de la poesía alemana en la Cuba del siglo XIX, entre muchos otros.

Se trata de proyectos de trabajo que, en su mayoría, han sido realizados literalmente "por amor al arte", sin que sus artífices hayan recibido para ello ni siquiera un mínimo apoyo de la burocracia cultural cubana; a veces incluso sin cobrar honorarios, y siempre a contrapelo de las infinitas dificultades que el régimen de La Habana impone a intelectuales, artistas y profesionales.

Con la decisión del gobierno alemán de cancelar su participación en la Feria del Libro de La Habana, lo más probable es que todos esos proyectos vuelvan de nuevo a la gaveta donde han permanecido por varios años. También se suspende por ahora un sueño largamente acariciado por los germanistas cubanos, y al que el gobierno de La Habana opuso durante mucho tiempo toda suerte de trabas burocráticas: la fundación de un Instituto Goethe en la capital de Cuba. Y el mayor perjudicado, sin duda, no será Fidel Castro o su anquilosada nomenclatura.

Se entienden las razones que asisten al gobierno alemán para haber tomado tal decisión (No podemos olvidar que ha sido Fidel Castro el que encarceló injustamente a varias decenas de compatriotas). Pero conocemos muy de cerca el tema como para poder aprobar una respuesta a esos desmanes, que afectará únicamente a los muchos colegas cubanos y alemanes que —al margen de la política— han trabajado desinteresadamente por estrechar los lazos culturales entre Alemania y Cuba. En la situación actual de la isla caribeña hubiese sido más efectiva una presencia notable de intelectuales y escritores alemanes ejerciendo —públicamente en conferencias y lecturas— un derecho del que, por desgracia, no disfrutamos los cubanos en la Isla: el derecho a expresar libremente nuestras ideas.

En una entrevista publicada el pasado año, la presidenta del Instituto Goethe, la Sra. Jutta Limbach, reflexionaba sobre una de las dificultades con que tropieza la labor de esa institución a la hora de dialogar con gobiernos que, como el cubano, otorgan prioridad (al menos en teoría) a una concepción colectiva de los derechos humanos, en contraposición a la tradición europea que enfatiza los valores individuales de los mismos. Allí, la señora Limbach abogaba por el diálogo y planteaba: "Las tendencias colectivas también formaron parte de nuestra historia. Tenemos que aclarar que el individualismo no está necesariamente asociado a una desintegración total y peligrosa de la sociedad, una desintegración 'radioactiva'".

¿Quién mejor para asumir ese diálogo que intelectuales acostumbrados a ejercer su derecho a opinar, transportados a un contexto donde ese derecho es continuamente escamoteado por el régimen?

Por esta vez, Fidel Castro ha descartado toda posibilidad de diálogo con su virulento discurso del pasado 26 de julio. Pero la arrogancia de un envejecido y obstinado dictador encuentra casi siempre su mejor aliado en la arrogancia de quienes se le enfrentan. Nada peor para combatir la soberbia que la propia soberbia. Contra ella sólo funciona, a veces, la inteligencia. La historia ha demostrado que contra ciertas dictaduras poco pueden hacer los boicots o los embargos, a veces ni siquiera bastan las invasiones. Tales medidas sólo sirven a los dictadores como argumento para alentar el rencor de sus pueblos sometidos y, a la larga, contribuyen involuntariamente al doble aislamiento de aquellos que menos lo merecen.

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