www.cubaencuentro.com Martes, 13 de enero de 2004

 
   
 
Del monte a París
Béatrice Chavagnac, traductora al francés de 'El Monte', habla sobre cómo y por qué decidió abordar la obra más ambiciosa de la etnóloga cubana Lydia Cabrera.
 

Cómo y por qué decidí llevar a cabo la traducción de El Monte de Lydia Cabrera. Fuera del hecho de que este libro es sin duda la obra más importante que haya sido escrita sobre los cultos afrocubanos, la aparición de este libro en francés (con el título  La Forêt et les Dieux) se explica por los lazos privilegiados que Cabrera mantuvo con los etnólogos del Museo del Hombre de París y, sobre todo, con Pierre Verger, quien trabajó sobre los cultos afrobrasileños, y con Alfred Métraux, que trabajó sobre el Vudú en Haití. Por otro lado, el propio Verger me había incitado insistentemente para que realizará este trabajo.

La foret et les Dieux

Sin embargo, la tarea era ardua. El Monte es un libro denso, profuso y frondoso. Es desconcertante, debido a que no sigue una lógica habitual. La autora se deja más bien guiar por sus informantes y por las plantas, alrededor de las cuales se estructuran los diferentes capítulos.

Lydia Cabrera es un espíritu extremadamente libre, que encuesta, compila y describe sin prejuicio, y que no busca el análisis ni la explicación del mundo —quizá inexplicable— de la naturaleza, los dioses y los mitos. Si este aspecto de la obra de la etnóloga es sumamente original, seductor, incluso cautivante, para mí representaba una dificultad suplementaria en cuanto traductora que debe tratar de ser fidedigna al texto, tanto desde el punto de vista del sentido como del lenguaje.

En lo que respecta al sentido, me topé, en una primera lectura, con ciertos momentos bastante confusos, debido a que en un mismo párrafo el mismo dios puede ser llamado de dos, tres o incluso más maneras. De hecho, los informantes de Cabrera realizan, con mucha soltura, malabarismos con los diferentes nombres de los dioses, al igual que con sus diferentes manifestaciones, lo cual resulta bastante perturbador para el lector neófito.

Además, la autora habla de cultos diferentes: la Regla de Ocha, por un lado, y la Regla Palo Monte o Mayombe por otro, y pasa de uno a otro sin ninguna transición. En suma, que me hayan sido necesarios más de tres años para traducir este libro, se explica por el hecho de que tuve que leer y aprender mucho para poder deshacer este enredo. Para este propósito, consulté una gran cantidad de libros sobre el tema, lo que me permitió constatar que casi todos los autores que han estudiado concienzudamente este asunto se refieren constantemente a Lydia Cabrera, la citan, o a veces copian algunos párrafos de su obra sin siquiera citarla.

El otro problema que se me planteó con respecto a la traducción fue lingüístico. De hecho, el libro está escrito en varios idiomas: el castellano, el habla bozal (un castellano aproximativo, mezclado de palabras provenientes de los idiomas africanos hablados por algunos de los informantes), el lucumí (o yoruba) y el congo (o bantú). A veces, pero no siempre, la autora traduce las palabras o frases retranscritas en esos idiomas. Lo cual me llevó a utilizar los diferentes vocabularios (lucumí y congo) establecidos por la autora y también a hacer participar a africanos hablantes del yoruba o del bantú para tratar de encontrar el sentido de algunos párrafos. Pero aquí uno se enfrenta con un grave problema de trascripción, porque la cesura entre las palabras no se encuentra siempre en el lugar adecuado y los acentos están mal puestos. Era necesario intentar encontrar el sentido leyendo el texto en voz alta, tratando de encontrar el ritmo.

Fuera de estas dificultades de tipo técnico, había que estar atento para no perder la extrañeza poética de algunos párrafos y el colorido del habla de los informantes de la autora, generalmente dotados de una elocuencia envidiable , y, por último, había que restituir el humor y esta costumbre de jugar con las frases o con las palabras de doble sentido.

Para facilitar la lectura, en la edición francesa decidí poner notas a pie de página; además, realicé un glosario de nombres propios (nombres de dioses con sus diferentes manifestaciones y sus equivalencias) y de las palabras más empleadas en lucumí (yoruba) o en congo (bantú). En lo que respecta el léxico botánico, Cabrera generalmente señala el nombre latino de las plantas, y cuando no lo hace, yo misma traté de hacerlo ya que con el tiempo esta nomenclatura no deja de afinarse.

Por último, en cuanto a la disposición de los párrafos, traté de disociarlos más claramente cuando se cambia de tema o cuando se trata de otro informante que habla, o cuando se trata de una digresión de la autora.

Este trabajo de traducción era un reto difícil de aceptar : el libro es infinito, en cada corrección de pruebas (hubo cinco) hice nuevos cambios y descubrí algunos detalles que había que mejorar o algunos ajustes que hacer. Ningún trabajo es perfecto, pero al menos espero que éste sea una base a partir de la cual se pueda trabajar.

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