Darcy Ribeiro terminó siendo un intelectual demasiado incómodo para Fidel Castro. En el segmento último de su vida, allá por los inicios de los noventa, el brasileño cuestionó lo que el régimen tanto ha tratado de ocultar ante los ojos del mundo. Era el fin de sus nupcias con esa versión del totalitarismo en una isla del trópico. Algo así como un Marx de manuales atenazado entre pachanga y orfandad. Pero Ribeiro no alcanzaba a explicárselo en toda su magnitud. Y quizás haya muerto sin entenderlo del todo.
En su ensayo Sin miedo a pensar en Cuba —podría sospecharse que ese miedo tiene que ver con las represalias que sabía le esperarían en la Isla al decir lo que dijo—, refuta las infladas bondades del edén socialista cubano. Lo hizo, evidentemente, porque lo sentía, porque seguía teniendo a la Isla entre sus querencias primeras y no resistía el dolor de no dejar testimonio de ese afecto.
Comienza por la educación y plantea la necesidad de otro sistema, más abierto, que ponga en su lugar el diálogo y aleje el teque, la consigna, la reiteración, el acriticismo: "Hay que citar a Marx y a Lenin en todo —refiere— y eso es un atraso, es mediocrizante". Pero pone más el dedo en la llaga cuando dice: "Es estúpido hablar en nombre del proletariado a estas alturas. Proletarios son los que fracasaron en la escuela. Hoy es el sistema educacional el que decide la estructura social socialista. El socialismo cayó, cuando menos, en el obrerismo político y fundamentó en ello la legitimidad de su poder".
Fustiga el marxismo de catequesis que se imparte en escuelas cubanas. Establece un interesante paralelo entre la URSS y Cuba, como quien ya sacó sus conclusiones a partir del derrumbe del viejo apparatt de Moscú. Prefiere que olviden los textos del teórico alemán y asuman "la postura" de quien nunca fue dogmático y a cada fenómeno aplicaba un análisis distinto. "Fue un pensador abierto —dice—, pero sus discípulos convirtieron su teoría en dogma".
En Cuba encuentra "un marxismo esclerosado, viejo, repetidor de fórmulas", y se considera en el deber de recordar que una revolución "se hace para tener el coraje de usar la propia cabeza y repensar toda ideología". Murió creyendo que en la Isla había "miedo a pensar": "Cuba parece comportarse como si no tuviera confianza en sí misma, necesita dar espacio a voces diferentes, convivir con la información. Es preciso la contradicción, la confrontación. Necesita abrirse al libre debate". |