www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
  Parte 2/3
 
La política del silencio
¿Qué peligro encierra para EE UU la publicación de una ponencia sobre un virus o una bacteria, o la opinión de una personalidad científica cuyo único 'pecado' es residir en Cuba?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami
 

La nueva frustración no es la partida del niño balsero, sino una realidad que no puede opacar por completo una retórica beligerante: la política de Bush hacia Cuba se ha limitado —en los aspectos fundamentales— a una continuación de lo establecido durante el gobierno del ex presidente Bill Clinton. No ha cambiado la actitud de "pies secos, pies mojados", no se han puesto en práctica aspectos fundamentales de la Ley Helms-Burton y no se han interrumpido los viajes a Cuba y el envío de remesas, al tiempo que la venta de alimentos norteamericanos sigue en aumento. Se trata de un problema de percepción. Con independencia de lo adecuado o no de estas normas para acelerar la caída del régimen de Castro, muchos en Miami esperaban un cambio por parte de Bush. Este cambio —por diversas razones— no se ha producido.

Desde hace meses hay descontento y desencanto en las filas republicanas con la actuación del Presidente respecto a Cuba. No hay rebelión, pero sí críticas cada vez más fuertes. Tanto Bush presidente como Bush gobernador no han logrado convencer a una parte de los miembros de la línea dura. Se trata de ciudadanos norteamericanos por adopción, con recursos monetarios y capacidad de movilizar electores. Varias semanas atrás, cuando Jeb Bush vino a esta ciudad para preparar la campaña de su hermano, encontró una oposición más fuerte de la esperada entre estos miembros de la línea dura. No otorgarles visas a los artistas de la Isla sólo busca apaciguar a los cubanoamericanos que exigen una mayor acción contra Castro, por parte de la actual administración.

Nada gana Washington, salvo la posibilidad de algunos votos, con impedir la entrada a un grupo de músicos y los viajes a Cuba de científicos norteamericanos. Tampoco pierde mucho. Ningún ganadero o cosechador de granos le va a exigir cuentas a sus representantes. El embargo es un sendero de dos vías, donde vender no es pecado y comprar sí. A salvo los intereses económicos, se puede recurrir a la ideología sin problema alguno.

El recurrir al engaño no es siquiera la principal consecuencia de ese afán en perseguir a los artistas, que a diario proclaman con orgullo los funcionarios de Bush, para satisfacción de unos cuantos sordos. La actual administración se define por su énfasis ideológico. A falta de mayores logros, el Presidente no ofrece a los cubanos que viven en este país —y a todos los ciudadanos y residentes norteamericanos — más empleos, una mejora en el nivel de vida y un aumento en los beneficios sociales. Le basta con proclamarse guardián de las buenas costumbres, protector de la nación y abanderado de la lucha contra el mal. Confunde las tareas policiales con la labor de un mandatario. No debe asombrar la pasión y el celo que despierta entre los predicadores de esquina. El fanatismo es su mejor aliado.

El intelectual y artista es el enemigo idóneo del fanático. No hay alternativa posible. Quien todo lo ve en blanco y negro, aquel que considera que el mundo se divide en buenos y malos, no admite matices. Varela es un artista con un historial de canciones críticas a la situación cubana. Eso no basta. Para el fanático, la crítica implica una negociación con el enemigo. La única arma posible es el ataque, aplastar al contrario, proclamar la guerra contra todos, acabar con los que se le oponen. El fanático es también —por supuesto— un censor. Divide a la humanidad en "los nuestros" y "los otros". Estos últimos no tienen otros criterios: son simplemente sus enemigos. Se lanza por igual contra periodistas, músicos, científicos y escritores que demuestren que la realidad es mucho más compleja que un puñado de dogmas.

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