En 1994 apareció, bajo el sello editorial de La Torre de Papel, el primer volumen de cuentos de Luis Marcelino Gómez, Donde el sol es más rojo, y como tantos libros que han visto la luz en el exilio, fue recibido con un sonoro e injusto silencio. Al respecto, siempre cito la afirmación de Octavio Paz de que en España y América las obras mueren dos veces: "primero asesinadas por los envidiosos y después por el público". Aquellas siete narraciones, junto a otras cuatro no incluidas entonces, son recuperadas ahora por su autor en Memorias de África (Panamericana Editorial, Bogotá, 2003).
Como señala Gómez en la nota de presentación, escribió estas narraciones en Angola entre 1980 y 1982. En esos años trabajó allí como médico, una experiencia que aparece recreada en el libro. No tengo idea de cuánto ha quedado en estos textos de esas vivencias autobiográficas (el título de Memorias de Angola no es en este aspecto muy afortunado, pues puede crear el equívoco de que se trata de una obra de carácter testimonial), y como lector fue algo que tampoco me interesó mucho. Lo que realmente importa es que estamos en presencia de páginas que poseen plena validez como ficciones, como textos literarios que existen independientemente de los hechos reales que hayan servido al autor como referentes.
En varios de los cuentos, Gómez narra historias que remiten directamente a la realidad angolana. A ese grupo pertenecen Wasaluka, En la cesta y La caza, en los que las gentes y los escenarios de ese país asumen un notorio protagonismo. En el primero, se centra en la figura de la mujer de una aldea, para indagar las razones que la condujeron a la locura. En el segundo, un médico debe atender a un anciano venido de Zaire, que quiere que le restituya a su brazo la mano que le cortó un vecino. Y en el tercero, un hombre lleva a su hijo menor a una cacería en la que ocurre un accidente.
Como es natural, ese acercamiento a Angola lleva al escritor a descubrir aspectos y costumbres que, en muchos casos, difieren de los nuestros, y que por eso llaman su atención. No ofrece, sin embargo, una imagen sustentada en la explotación de lo exótico o en el regodeo de "lo distinto". En otro de los cuentos del libro, un personaje expresa: "Si aprendí el dialecto, es para llenarme de África. Busco el alma de este continente, sentirlo en mí, no sólo amarlo como algo exótico". De ese punto de vista participa el propio Gómez, cuya recreación de esa realidad tiene mucho de cariño y de respeto hacia esas gentes y esa cultura.
El protagonismo de los cubanos
En el libro, no obstante, son más numerosos los textos cuyos personajes centrales son cubanos que se hallan en Angola. Varios de ellos, como el propio autor, son médicos que fueron enviados a prestar sus servicios allí. Eso hace que, a pesar de haber sido escritos cuando el país se desgarraba en una cruenta guerra civil, los ecos del conflicto se perciben lejanamente, o bien éste es mostrado a través de sus terribles secuelas.
Gómez se centra en el análisis de cómo esa realidad afecta la existencia de esos hombres y mujeres, de los cuales hace un esmerado examen psicológico. En ese aspecto y dada la brevedad de los textos, es muy inteligente su decisión de optar por argumentos más bien sencillos, que, sin embargo, le dan la posibilidad de desarrollar otros pliegues y ramificaciones que los enriquecen y les dan mayor densidad. |