www.cubaencuentro.com Jueves, 17 de junio de 2004

 
Parte 1/2
 
Imaginación poética en miniatura
En su último libro, Orlando González Esteva recrea el encanto, la delicadeza y la intrínseca sencillez del haiku japonés.
por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami
 

Autor de una relevante obra, que ha hecho de él una referencia imprescindible en cualquier recuento o inventario de la mejor poesía cubana que hoy se escribe (es muy notoria su ausencia en Las palabras son islas, la antología compilada por Jorge Luis Arcos en 1999, y cuyo título, por cierto, fue tomado en préstamo de un verso suyo), Orlando González Esteva (Palma Soriano, 1952) posee además el don de saber sorprender siempre.

La Noche

Como todo creador verdadero, no se limita a repetir fórmulas, pues sabe que éstas pueden convertir al escritor en rehén suyo. Es gracias a eso que, desde Mañas de la poesía (1981), ha cimentado una trayectoria literaria en la cual la unidad y la variedad se conjugan con especial acierto.

La última estación del itinerario de González Esteva es, de momento, La noche (Colección El Traje de tus Versos, Galería Estampa, Madrid, 2003), que reúne noventa y cuatro textos breves que tienen como motivo común el que se anuncia en el título. Todos además siguen una misma estrofa, compuesta por tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, y que desde el punto de vista acústico poseen rima parcial o asonante. Como se precisa en la cubierta, La noche toma como modelo el gunsaku, conjunto de haikus o tankas que giran en torno al mismo tema, al cual asedian desde diversos ángulos, pero que al mismo tiempo pueden leerse como poemas autónomos.

Esto último es lo que más se cumple en La noche. El libro se ajusta menos, en cambio, en lo que se refiere a que esos textos sean, en propiedad, haikus (o bien haikús, jaikus o jaikús, como prefieren llamarlos otros). En primer término, González Esteva rompe con la ausencia de rima del haiku japonés, a diferencia de los autores hispanoamericanos que se han acercado a esa estrofa, quienes por lo general la han mantenido. Respeta, en cambio, la estructura formal, y sobre todo logra que sus textos participen de ese aire de "miniatura arrobada, suficiente, sugestiva, pillada a medio camino entre un misterio y otro", que de acuerdo con él distingue a esa manifestación tradicional.

No hay que leer, por tanto, estas páginas como poemas japoneses escritos en español, lo cual a González Esteva se le antoja un tanto peregrino, sino como textos poéticos que buscan recrear los atributos distintivos del haiku: el encanto, la delicadeza y esa intrínseca sencillez que constituye un desafío a la capacidad imaginativa del lector.

Asomarse a la oscuridad

Si en el plano formal González Esteva se inspira en una estrofa tradicional japonesa, en el temático se afilia a una corriente de la poesía universal que es también muy antigua. En el ambiente nocturno se han inspirado, entre otros autores, Novalis, Torquato Tasso, Rilke, Longfellow, San Juan de la Cruz, Mallarmé, José Asunción Silva, Giacomo Leopardi, Baudelaire, Heinrich Heine, Leopoldo Lugones y, entre nuestros compatriotas, Emilio Ballagas, José Lezama Lima, José Manuel Poveda y Eugenio Florit.

Es además un motivo que ha aparecido con frecuencia en la obra del propio González Esteva. Lo encontramos, por ejemplo, en textos como Piedad de la muerte, Voces, Del azar y sus recados, Manuscrito en una calle de Buenos Aires y El brocal de la aurora, que comienza con estos versos: "La noche es un acertijo/ para el hombre que se asoma/ al portal y ve en la sombra/ iluminada su sombra".

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