www.cubaencuentro.com Miércoles, 08 de septiembre de 2004

 
  Parte 2/2
 
Una manera llamada 'filin'
¿Género en sí mismo, o una sutil corriente musical que mezcló elementos de la trova tradicional con influencias norteamericanas?
por TONY ÉVORA, Valencia
 

De naturaleza emotiva y chispeante, buscaba incesantemente una nueva forma de expresarse. El Loquibambia Swing fue uno de los grupos que empezaron a reflejar estas sonoridades y donde El King trabajó por primera vez con el pianista invidente Frank Emilio Flynn y la vocalista Omara Portuondo.

En 1949, José Antonio Méndez se fue a México, actuando con éxito en centros nocturnos y en la radio. Se llevó consigo elementos clave del filin, que algunos compositores mexicanos reconocieron inmediatamente como un nuevo modo de hacer la canción sentimental. Regresó a La Habana diez años después y no dejó de producir obras extraordinarias.

Siempre será recordado burlándose de su ronquera, y rara vez decía que iba a cantar, sino a "ladrar un poquito". Su manera de afinar la melodía y de frasear influyó hasta en Pablo Milanés, como ha confesado el propio cantautor.

Voz, piano y guitarra

Mientras que la mayoría de los autores del filin son guitarristas, Frank Domínguez (1927) trabaja las teclas. Sus melodías han dado la vuelta al mundo. Escúchese Tú me acostumbraste, Me recordarás, Imágenes, Luna sobre Matanzas o La dulce razón. Posiblemente es el más jazzístico de los exponentes del filin. Su primer álbum Frank Domínguez. Canta sus canciones apareció en 1958. Su voz quebrada le ha servido como el instrumento idóneo para contar los desvaríos del amor.

Otros autores relacionados con el movimiento fueron Tania Castellanos, la autora de En nosotros, Inmensa melodía, Canción a mi Habana y otras. Por su parte, Rosendo Ruiz Quevedo, el autor de Hasta mañana vida mía, cultivó casi todos los géneros populares. Refiriéndose a los modestos inicios del filin, en cierta oportunidad relató cómo llegó por primera vez al callejón de Hammel, donde se reunían unos jóvenes que sentían profundamente lo que estaban cantando: "Aquello era un taller de creación".

La lista de los primeros creadores es considerable, desde las originales sutilezas guitarrísticas de Ñico Rojas, a las canciones de Giraldo Piloto y Alberto Vera, y las del también binomio Yánez y Gómez, pasando por Ela O'Farrill, que en 1964 se impuso con Adiós, felicidad, melodía que le granjeó el odio del régimen castrista al convertirse en una especie de símbolo de los que no estaban de acuerdo con la dirección que tomaba la revolución.

Una lista que podría cerrarse con el talento de Marta Valdés (1934), que cursó Filosofía y Letras en la universidad habanera y realizó estudios de armonía y composición con distinguidos maestros. La vocalista Elena Burke le estrenó la mayoría de sus composiciones: En la imaginación, Palabras, Tú no sospechas, Por si vuelves, Deja que siga sola, Hay mil formas, Aunque no te vi llegar y muchas más.

En una recopilación de 1995, la propia Marta Valdés declaró: "Al principio fueron años de éxitos: mis canciones y boleros saltaban, tibios aún, desde mi corazón hasta las manos de arreglistas de primera como Bebo Valdés o René Hernández, para sonar en seguida en las voces de Vicentico Valdés o Fernando Álvarez. Luego en los sesenta, precisamente cuando empezaba a encontrar caminos que harían madurar mi pensamiento musical, la suerte me fue adversa en el campo de las grabaciones… En la EGREM no dejaban grabar mi música, incluso algunos intérpretes, con backgrounds y todo, fueron impedidos de hacerlo. Todavía no me explico muy bien qué pasaba conmigo".

Con la guitarra, ese mágico cofre que guarda en su entraña múltiples acentos definidores de la historia musical de España y las Américas, se ha acompañado siempre Marta Valdés, como la mayoría de los autores de canciones estilo filin, manteniendo así la continuidad histórica de la fecunda trova tradicional de principios del siglo XX. Téngase también en cuenta que una guitarra bastante buena costaba en 1950 unos diez dólares, o la construía el propio cantautor.

Abandonando la anterior retórica amorosa, el filin representó un cambio renovador en el desarrollo de la canción romántica. No sujeta al ritmo fijo del bolero con la fórmula del cinquillo, ni atrapado por las claves o el bongó, la canción ganó así en intimidad e imágenes poéticas, a la vez que permitió amplia libertad de expresión al intérprete. En muchos casos, la voz adquirió más emoción y hasta cierta teatralidad. Aquellos primeros artistas del filin podrían haber hecho suya la frase de Bola de Nieve: "Yo soy la canción que canto".

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