www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 2/2
 
Magnicidio con palabras
¿Una evocación a la literatura orweliana? La última novela de Arturo Arango, 'Muerte de nadie', acaba de ser publicada por la editorial Tusquets.
por JULIO CéSAR AGUILERA, Barcelona
 

En Calicito, como en el comunismo de los libros, no circula el dinero. Los escasos alimentos y centenares de botellas de ron con que ahuyentar los malos pensamientos, son distribuidos por cartilla de racionamiento. La atención médica es gratuita, también la enseñanza. Existen, desde el día en que se tomó el Palacio de Gobierno para convertirlo en Casa del Pueblo, los cuerpos de vigilancia de los vecinos por cada cuadra. Tuvieron que hacerse de dos rubros económicos para la subsistencia: el azúcar, que no pudieron procesar en la nunca habilitada Chimenea, y el tabaco, cuya marca original también emigró con los dueños a la otra orilla, y debió llamárseles, bajo el proceso revolucionario, caliceños.

Y han padecido, en medio de los ríos Toro y Jicotea, el más criminal de los bloqueos, por lo que el Delegado proclamó leoninas medidas de austeridad, a las que llamó Estado de Sitio. La ideología se sostiene a través de altavoces que dejan escurrir a un orador enfático y convocante cada día a las seis en punto de la tarde.

Todo forastero que llegue aquí es un peligroso ente que debe formar parte de los exhaustivos ficheros que se guardan en los archivos. Conocen vida y milagros de cada lugareño, pero también protegen sus vidas, en el Hospital o en la ciudad subterránea que han excavado por si llegasen a bombardearlos. Las fuerzas de seguridad vigilan con lupa cada movimiento del único párroco autorizado a permanecer, sin templo, bajo la sospecha de que pueda estar obrando a favor de los Fernández.

Esta atmósfera regulada es necesaria, cuentan los del poder a Telegón, pues las conquistas no se someterán al riesgo. Y su misión debe ser cumplida setenta y dos horas antes del acto central que conmemora un aniversario más de la independencia. Pero, en vez de ayudarle, la familia del dictador pone trabas con las que también tropieza el lector, que enfebrece por la progresión de los hechos. Cada capítulo es un nuevo descubrimiento. No en balde el novelista se ha erigido en uno de los más sólidos guionistas del cine cubano. Sabe narrar.

El poder de las palabras

Narra y filosofa. Arango ejerce una profesión libertaria. Su fábula y los recursos que emplea con madurez creativa y no menos concupiscencia con quienes le leemos, demasiado atados a sus metáforas, demuestran que le acompaña la buena fe. No es un apóstata. En más de una ocasión se deja entrever su credo en el paratexto que acompaña cada apartado de la novela, y que denominó Márgenes.

Discurso en primera persona, como el de Telegón, que lo precede en todos los capítulos, con redondez casi conceptual, serán las reflexiones por escrito que deja, a cada paso, Damián, nieto minusválido del Delegado, y el único de sus interlocutores que se atrevía, desde su endiablada inteligencia, a retarlo en el baile de las ideas políticas. Sólo él sabe que el mandatario ha padecido una fobia tremenda ante las ranas. Conoce sus debilidades, como débil y cetrino es él mismo. Su mayor coraza frente al poder del abuelo y fundador, son las palabras.

Para ese pueblo imaginario adonde le integró el autor, confeso lector de Faulkner y de su Yoknapatawpha, le queda el verbo, la letra, aquella que según Kundera desteje por las noches lo que la política, la religión y la filosofía tejen por el día. Cierro con uno de los Márgenes de Damián: "Seguir creyendo que las palabras me darán la libertad, que la libertad es posible desde las palabras. Hasta ese punto puedo llegar. Pero no más allá".

Muerte de nadie será todo un bestseller. Levantará polémicas, sacará quizá urticarias, trascenderá el orbe literario. Ojalá que la novela se crezca por encima de diluvios y apocalipsis. Aunque mucho temo que, en algunas geografías, ya se le esté mirando como libro proscrito.

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