www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
  Parte 2/3
 
Colonia: Ad infinitum
Entre dos espejos y un trago de Carta Plata. Divagaciones de un exiliado cubano en el carnaval teutón.
por JORGE A. POMAR
 

Como de costumbre, en vez de consultar la programación televisiva, voy cambiando de un canal a otro como un maniático en busca de algún programa agradable. Como por arte de magia, escucho un chachachá cubano (El bodeguero) en esa voz de erres melosas que poseía Nat King Cole. Se suceden ante mis ojos (viejas) escenas del Sloppy Joe´s, el Capitolio, el Paseo del Prado, la Avenida del Puerto y el Malecón con sus bicitaxis, sus coches de caballos y sus destartalados oldtimers, el Bajo las Estrellas del cabaret Tropicana, todo antes y después... Una larga secuencia donde las imágenes de actualidad alternan con las de los archivos de Bohemia, la Biblioteca Nacional y el ICAIC. Sucumbo a la placidez del discurso gráfico y a los recuerdos, única manera a mi alcance de hacer de vez en cuando un paseo virtual por las calles habaneras tal como están ahora, y como las conocí al llegar de Cárdenas en 1959. Sin el horror de pesadilla histórica de mi viaje a la Isla (regresé espantado una semana antes del plazo), recorro con el camarógrafo la Plaza de Armas, el Parque Central y la animada calle Neptuno, de noche sin y con la profusa constelación de anuncios de neón de antaño.

Pero, para mi disgusto, lo que parecía un enfoque prometedor no tarda en enrumbar por el camino trillado (¿o será que, avicú de nacimiento como soy, pretendo que todos los documentales alemanes sobre Cuba me complazcan políticamente?). Retiro al fin el dedo del botón de cambio de canales. Me dejo llevar. El lente de la cámara pasa ahora del hotel Ambos Mundos a la Bodeguita del Medio, del Floridita a la finca La Vigía. Entretanto, el moderador prosigue con la historieta en que degeneran sin falta la inmensa mayoría de los documentales de tema cubano exhibidos por la televisión europea: después de Cojimar, Hemingway (cuasi el tercer descubridor de Cuba para la imaginería turística; para este observador, uno de los gringos más soeces que jamás haya pasado por La Habana), su amistad con Fidel y su gusto por los mojitos y daiquirís, el Viejo y el Mar y demás, el implacable autor del documental me vuelve a sumergir por enésima vez en la historia del ron, el tabaco y el son, que al entender de uno de los jerarcas cubanos entrevistados constituyen nada menos que la esencia de la cubanía.

Convenientemente, para que el cóctel documental quede en su punto, introduce de pasada aquí y allá alguna que otra pizca de criticismo. ¿O será que ya yo estoy prejuiciado? Por ejemplo, a bordo de un viejo Chevrolet, Fernando Campoamor (el Virgilio cubano de Hemingway) comenta que "el ambiente de La Habana era más festivo". El moderador añade: "Ningún nativo, por mucho amor que le tenga al ron, puede pagar los precios del mojito en La Bodeguita". Establece un contraste entre el ambiente de los bares turísticos con la cochambre de una barra para criollos en la calle Neptuno y con la ya típica partida de dominó con desconchadas fichas de plywood y brindis a base de ron barato en el patio de un solar. Como los clientes del bar, los jugadores, hombres y mujeres (también se ve a unos niños aún en traje pioneril al lado de la achacosa mesa de juego), son igualmente casi todos negros.

En la próxima secuencia, la polifonía gustativa del ron hecha por un genial fiera administrativo me deja patidifuso. Es un botón de muestra del tipo de infundios que aún es capaz de tragarse sin rechistar el público europeo. No tiene desperdicios. Rima y todo. Helo aquí: "Cuando el ron llega a la boca, se siente un sabor a miel. Y a los pocos instantes, uno se encuentra con el sabor del tabaco. Más tarde con el del cacao. Y después empieza como a apreciar las distintas especias que crecen en Cuba. Finalmente, llega a la garganta. Y en la garganta, fuerte y ardiente, aparece el aguardiente".

La catarrienta carcajada me desgarra la garganta. Excelente letra para una canción de carnaval, me digo. Por un mecanismo de resorte, activo la grabadora para no perderme nada de la película, me pongo en pie de un salto, voy a la vitrina-librero de la sala y saco mi botella favorita de Habana Club. Me sirvo un generoso trago de añejo con la esperanza de, como con tantos otros aspectos de la cultura, aprender en el extranjero lo que nunca fui capaz de apreciar en la Isla. Pero, qué va. Por más que me esfuerzo no aparecen ni atrás ni adelante los sabores descritos. Entonces me acuerdo de que con algo de zumo de limón el ron es bueno contra la gripe. No el añejo. Así que le voy arriba a un resto de Carta Plata, le doy un tajo al limón y vuelvo al cuarto de trabajo.

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