www.cubaencuentro.com Viernes, 16 de mayo de 2003

 
  Parte 2/3
 
La Habana: Pitágoras, inspirador del semáforo sin luces
La agilidad y la eficacia brillan por su ausencia en la Biblioteca Nacional José Martí.
por JOSé H. FERNáNDEZ
 

Así pues, para empezar, su semáforo tuvo cuatro colores. Con el verde, pasan los profesionales; con el rojo, los estudiantes universitarios; con el azul, los investigadores; y el amarillo quedó reservado para las personas de más alto caché, los honorarios. En cuanto al lector común, es decir, El Lector, aquel que se dispensa el placer de la lectura como un fin en sí mismo y no como el instrumento de un fin, todavía no le ha sido adjudicado un color específico. Sucede que luego de tres años de un vertical proceso de sofisticación, este aparato que rige el tráfico en la Biblioteca Nacional ostenta más colores que una guacamaya y, lógicamente, no hay lugar para todos. Pero que no cunda la impaciencia. Si se tiene presente la actitud del político ante tareas como la de propiciar el justo y plural acceso a la cultura, hay esperanzas de que alguna vez también El Lector dispondrá de lo suyo, que quizá sea el color negro, por aquello de su ubicación en el más justo y plural rango.

Es verdad que nunca falta algún que otro aguafiestas dispuesto a poner el grito en las nubes sólo porque nuestro político ha dicho que en aras de la disciplina y la necesidad de moderar el uso de los fondos bibliográficos, así como la de agilizar el servicio, El Lector sobra en las salas de lectura que están bajo su dominio, ya que, ¿quién ha visto eso de que alguien ocupe una silla en una biblioteca no para estudiar, ni para investigar, sino sencilla y frescamente para leer un libro? Aguafiestas no han faltado nunca en el camino de los genios. Pero después de todo —dirá nuestro político—, Pitágoras, nadie menos, tampoco era partidario de que la gente leyera únicamente por darse el gustazo de leer. La diferencia radica en que el griego hizo patente su falta de simpatía hacia las letras con la decisión de no escribir ni un solo libro. En tanto, este sabio de La Habana impide que lleguen a manos de El Lector más de siete millones de libros y folletos que escribieron otros.

Sin embargo, como nunca ha sido bonito mirar nada más que las manchas del sol, se impone hacer un esfuerzo para elevarse hasta las altas miras de nuestro político. Es de ley valorar los frutos de su ingeniosidad. Incluso, será oportuno tomarle el pulso a sus palabras. "El proceso de categorización en la Biblioteca Nacional José Martí —ha dicho—, marcha a las mil maravillas, sin trauma ni dificultad, en medio de la comprensión y el aplauso de los verdaderos usuarios".

Eso es tener dominio del idioma. Pues ya que entre los "verdaderos usuarios", o sea, aquellos a quienes en este momento se les permite usar el tesoro de la Biblioteca, no alinea la categoría de El Lector, resulta comprensible que los "verdaderos usuarios" aplaudan y comprendan.

Lo que no parece quedar muy claro es eso de que el semáforo de nuestro político marcha "sin trauma ni dificultad". No hay que exagerar. Ni tan lejos la vela que no alumbre al santo, ni tan cerca que lo queme. Porque es muy difícil que un proceso de categorías sociales marche tan puro como María antes de aquel tropiezo con la divina concepción. A este mismo, con todo y lo mucho que ha logrado arrimarse a lo perfecto, todavía se le sale el refajo por debajo de la saya. No en todos sus objetivos quizá, pero al menos en los que su inventor pregona como fundamentales: el mejoramiento de la disciplina, la moderación en el uso de los fondos bibliográficos y la agilización de los servicios.

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