www.cubaencuentro.com Lunes, 04 de agosto de 2003

 
  Parte 1/2
 
La Habana: La cuartilla
Una cuartilla es algo más que una página de 8 por 11 pulgadas, cuyo número de líneas puede variar. Pero eso, décadas atrás, Raúl Rivero aún no lo sabía.
por RAFAEL ALCIDES
 

Conocí a Raúl Rivero a comienzos de 1965, y en aquel día de otro tiempo que a lo mejor nunca existió, Raúl, recién salido de la adolescencia, moreno, delgado y con cara de niño bueno que ha cumplido con sus tareas, había dejado Morón y llegado a La Habana dispuesto a hacerse periodista. Nos presentó un amigo común, Asternán Carrasco, toda una mole de vigor y transparencia, que sucesivamente fue ganadero, teniente
Raúl Rivero
Raúl Rivero.
rebelde, y residente de Miami. Hablaba con voz de escándalo, podía voltear una res tomándola por los cuernos y no era hombre de detenerse a pensarlo si tuviera que meterte una trompada. Nos conocíamos de la isla de Turiguanó, de los días allá por el 61 en que yo estaba de ayudante del Comandante Manuel Fajardo Sotomayor; calculo que ambos teníamos la misma edad, y Asternán, por estar especialmente dotado para la amistad, o porque le ofendiera la idea de relacionarse con gentes que no estuvieran a la altura de su leyenda, me atribuía gestos memorables, le placía hacer de mí un Demóstenes capaz de humillar las estrellas con cuatro palabras, de modo que quienes lo oían me ponían en un altar. Creo que él era el héroe de Raúl, aparte que por naturaleza (exceptuados voz y volumen) ambos eran muy parecidos, no todavía en lo físico, pero sí en la personalidad, y esto hizo que cuando Asternán Carrasco nos presentó, yo estuviera ya en la Antigüedad de Raúl Rivero.

La segunda vez que nos encontramos fue de pasada frente al hotel Capri, una mañana brillante cuando todavía nos creíamos cosas. Ese es el momento que quiero salvar. Aparentemente no tuvo importancia. Raúl, que estaba por matricular en la Universidad, me preguntó con cierto misterio qué era una cuartilla, y yo, que además de ser doce años mayor que él había estado a punto de ganar por dos veces consecutivas el premio de novela de la Casa de las Américas y era fundador de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, le dije con todo el peso de esa autoridad que no tuviera miedo, le expliqué, docto, que una cuartilla era un término periodístico, por lo general una página de 8 por 11 pulgadas, cuyo número de líneas puede variar. Eso le dije.

Después pasaron los años. Un día supe que Raúl era poeta por un libro que le premiaron, y cuyo título no pudiera estar más dentro de los cánones de Asternán Carrasco. Papel de hombre. A este premio siguieron otros. Raúl, a quien no había vuelto a ver desde la mañana que ahora rememoro, andaba de corresponsal de Prensa Latina por Moscú, adonde había ido a dar con una antología de la obra de los brasileños Bandeira, Schmidt y Drumond de Andrade, que yo le prestara a Raúl Luis y Raúl Luis a él, y que nunca me ha sido devuelta, como de costumbre en estos casos. Cuando nos volvimos a ver, ya Raúl Rivero no era delgado, más bien parecía un campeón de sumo, aunque seguía teniendo cara de niño bueno que ha cumplido con sus tareas; pero aún así nadie podía explicarse cómo, con tal corpulencia, tenía las muchachas más bellas, las más seductoras, de todos los colores y de todas las edades, tal vez sacadas de una playa cundida de diosas donde lo dejaran escoger. De esa época galante, a la que muchos años después vendría a ponerle fin Blanquita, que era la diosa soñada, la mujer que él venía buscando a ciegas por las calles de La Habana, de ese deambular desgarrador existen poemas de un fulgor y una ternura que considero entre los más ardientes y sinceros de su siglo, pues Dios le dio a este gran poeta la gracia bastante rara de ser de los que disparan simultáneamente a la cabeza y el corazón. Ternura y fulgor que hallaremos, igualmente, en el resto de su poesía, ya sea la de la divinización de los valores patrios o la de la crónica de su día cubano que tanto espacio le ha ocupado. Porque Raúl Rivero ha vivido para amar a Cuba la mitad de su vida, y la otra mitad para soñarla.

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